Hoy muchas personas se desviven por dinero, bienes materiales, logros, ascensos laborales o influencia, entre otras cosas, pero si analizamos esto a fondo, descubriremos que estas persuasiones son solo la fachada de un anhelo mayor en el corazón del ser humano: la aceptación. Recuerdo en mi adolescencia, especialmente en secundaria y preparatoria, ¡cómo estaba dispuesto a hacer cosas realmente insensatas con tal de ganar la aceptación de mis compañeros! Queremos dinero para ser aceptados en ciertos círculos sociales de élite, buscamos logros para ser admirados, influencia para ser reconocidos, porque en el fondo añoramos la aceptación de las personas. Y, ¿por qué buscamos la aceptación? Porque en ella creemos que hemos encontrado nuestro valor. Creemos que nuestro valor es proporcional a la medida de la aceptación.
Los fariseos y su búsqueda de aceptación
Los fariseos era un grupo de religiosos que particularmente manifestaba esta peligrosa tendencia. Jesús los confrontó y les dijo: «Todo lo hacen para que la gente los vea: Usan filacterias grandes y adornan sus ropas con borlas vistosas; se mueren por el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, y porque la gente los salude en las plazas y los llame “Rabí”» (Mateo 23:5-7, NVI).
Pese a que en sus frentes tenían filacterias que contenían el mandamiento de amar a Dios y al prójimo —las pequeñas cajitas con porciones de la ley que colocaban en sus frentes y brazos—, estaban más interesados a amarse a sí mismos. Observaban rigurosamente el «Sabbat» (día de reposo), no con el deseo de meditar en la grandeza y bondad de Dios, sino porque creían que mediante estas obras alcanzarían la aceptación delante de Dios.
Jesús buscó la aceptación del Padre
En contraste, tenemos el ejemplo de Cristo, quien parecía no estar muy interesado en la aceptación de las personas. Claro, buscaba amarlos y bendecirlos, pero sabía que ser aceptado por ellos no era la meta que se le había encomendado. Él escuchó al Padre decir: «…Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él» (Mateo 3:17, NVI). Estas palabras eran el motor que lo mantenía enfocado para continuar con su ministerio a pesar de la oposición. Cuando Jesús fue tentado en el desierto, el diablo le mostró reinos enteros y su esplendor, pero Jesús le respondió: «Porque escrito está: “Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él”» (Mateo 4:10, NVI).
Nuestra búsqueda de aceptación
Jesús nos da ejemplo, y lejos de encontrar nuestro valor en la aceptación de las personas, debemos redirigir nuestro enfoque hacia Dios. Ahora bien, podemos buscar ser aceptos por Dios de una manera equivocada. Basta recordar a los fariseos, que creían que por sus obras serían aceptados. ¿Cómo entonces recibimos la aceptación de Dios? No se trata de nuestros méritos o de nuestro esfuerzo, somos «aceptos por Dios» por gracia al depositar nuestra de en Jesucristo. Efesios 1:5-6 (RVR1960) dice: «en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,». ¡Fuimos aceptados por el Padre por medio de lo que Jesús ya hizo por nosotros!
La cruz, la sangre y su cuerpo que fue partido hablan de nuestro valor, porque por medio de él no solo fuimos aceptados, sino que fuimos recibidos como la familia de Dios. ¡Acércate con confianza! El Padre te espera con brazos abiertos.
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