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Transparente

Esta semana tuve un problema que no quise contar a mis amigos ni a mi familia. Me dio un poco de vergüenza que algo que era sencillo se me hubiera salido de control. Yo quería seguir diciendo que todo estaba bien. Que no había inconveniente con nada. Pero como siempre, cuando alguien no es honesto, la verdad te alcanza.

Unos amigos descubrieron sin querer aquel error que no había querido externar. Así que tuve que contarles toda la verdad y ser honesta. Aunque yo pensaba que iba a ser mal vista o que su percepción de mí podía cambiar, el haber sido honesta me hizo sentir mucho mejor y mucho más alivio que cualquier cosa que pudieran haberme dicho acerca de la situación.

Muchas veces, tratamos de vernos perfectos o de moldear a través de lo que decimos, de lo que hacemos o de lo que subimos a las redes sociales, la imagen que otros tienen de nosotros. Esto solamente nos convierte en seres humanos más fríos y con menos apego en nuestras relaciones, en vez de ser algo sano. Las apariencias y las mentiras son más peligrosas que la verdad, por más temible que esta parezca.

Un corazón puro

Es por eso que el día de ayer, mientras escuchaba por primera vez la canción «Transparente» de Un Corazón, me uní a la oración que en la canción se expresa. Dios es transparente, no hay engaño y mentira en él. Tampoco está oculto a él lo que verdaderamente somos aunque queramos esconderlo a los demás.

Él, que nos conoce hasta lo profundo, puede ayudarnos a sanar las partes más oscuras de nuestro corazón. Puede ayudarnos a enmendar cualquier relación. A perdonarnos por el más grave de los errores o los pecados. Él es el único que tiene la capacidad de limpiarnos, pues es el único que es verdaderamente puro.

Hazme transparente

Muchas veces, el motivo por el que queremos ocultar lo que verdaderamente hay en nuestro interior es el temor de no ser acompañados, comprendidos, aceptados o inclusive amados. Nos es más sencillo mostrar solo las partes de nosotros mismos que sabemos que fácilmente serán agradables a los demás.

Pero, cuando entregamos nuestro corazón a Cristo y lo exponemos para que sea moldeado conforme a su imagen, él trabaja. No solamente en cambiarnos sino en que podamos aceptarnos a nosotros mismos, a vernos con los ojos que él nos ve.

Muchas veces nuestra oración es para que seamos cambiados y moldeados a su imagen, lo cual es un muy buen y necesario deseo. Pero en esta ocasión en la que me di cuenta que me había avergonzado por algo tan sencillo como un error —y que dicho error me hacía temer lo que otros pensarían de mí— me di cuenta que además de las cosas que necesitaba cambiar en mí, necesitaba aceptarme a mí misma. Necesitaba descansar en él.

Por eso, en esta ocasión mi oración no fue solamente «cámbiame». Fue: «Hazme “transparente” como tú. Que no te avergüenzas de ser quien eres, que no cambias para agradar a otros, que no ocultas la verdad para simular ser agradable o placentero. Quien eres, Jesús, es perfecto. Y el día de hoy quisiera entender que en ti soy perfecta también».

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