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Una fe audaz

¿Cuál es el periodo más largo de tiempo en el que has orado por algo en particular? ¿Lo has hecho por más de cinco años? ¿Qué tal diez o doce? Personalmente considero que esto es algo difícil de hacer. Frente a ciertas circunstancias, soy una persona impaciente. Cuando estoy trabajando y mi computadora deja de funcionar, aunque haya dejado un documento importante a medio terminar, oprimo el botón de encendido para que se reinicie en vez de esperar a que reaccione. Cuando estoy limpiando mi casa, a veces termino por desesperarme y dejo un par de tareas inconclusas para terminar al día siguiente. 

Recientemente encontré en la Biblia la historia de una mujer que llevaba doce años enferma. Y no se trataba de una enfermedad leve. Durante todo ese tiempo había padecido un flujo de sangre que no cesaba. Además, su condición era tan mal vista por la sociedad que no se le permitía acercarse a nadie, ni siquiera a su familia. Llevaba doce años en soledad, probablemente sin tener verdadero contacto con una persona. Además, dice la Palabra que había gastado todo su dinero en médicos y aún así seguía enferma. 

Si yo fuera esa mujer, probablemente me hubiera dado por vencida mucho antes de esos doce años. La soledad, al igual que la enfermedad, es una situación muy difícil de afrontar para cualquier persona. Ella seguramente no era la excepción. No obstante, todo cambió cuando escuchó acerca de un hombre que sanaba a las personas.

Una fe que no desiste

Esta mujer había conocido a varios médicos que decían poder curarla, pero nunca lograron cumplir su promesa y además, la llevaron a la ruina. ¿Por qué entonces volver a confiar y tener fe en alguien más? Dice la Palabra que cuando ella escuchó acerca de Jesús, se propuso acercarse a él. «Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva» (Marcos 5:28, RVR60).

Eso es tener fe. No perder la esperanza. Saber que aquel en quien hemos creído no es como los demás hombres, él es el hijo de Dios. Él es quien verdaderamente sana, quita toda vergüenza y temor, quien restaura todas las cosas. Jesús, después de preguntar quién lo había tocado, le dijo que su fe la había hecho salva, pero también sana.

Una fe llena de evidencia

Mientras todo esto ocurría, un hombre que le había pedido a Jesús que sanara a su hija, fue interceptado por personas que venían de su casa para decirle que ella ya había muerto, que no molestara más al maestro. «Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente» (Marcos 5:36, RVR60).

En la vida enfrentaremos situaciones que creemos están perdidas. Incluso, quienes nos rodean nos confirmarán la dificultad del problema y la imposibilidad de solucionarlo. Sin embargo, al acercarnos a Jesús, él siempre tiene palabras de vida. Si abrimos bien los ojos, nos daremos cuenta de que él nos muestra la evidencia de su poder y bondad. 

Ese día, hubo salvación para los que creyeron, y seguramente también para quienes creyeron por el testimonio de ellos. Después de leer este pasaje, me quedé meditando en que una de mis metas será nunca perder la fe. Aunque pase por tiempos de prueba que duren un par de días o incluso años. Dios nunca deja de ser bueno y sus planes son siempre para bien.

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