Seguramente conoces la historia de la tortuga y la liebre. La liebre se sentía muy confiada porque podía llegar a la meta fácilmente. Pero esa misma confianza la hizo perder, pues aunque la tortuga no avanzaba rápidamente, iba constante hacia la meta, a diferencia de ella que hizo paradas en el camino… ¡hasta tomó una siesta!
En esta historia pensaba recientemente al leer las palabras de Jesús: «El que persevere hasta el fin, ése será salvo» (Mateo 24:13, RVR60). Cuando los discípulos de Jesús le preguntaron acerca del fin del mundo, una vez más, como en otras ocasiones había hecho, respondió con algo que sonaba un tanto contradictorio. Comenzó a narrarles acerca de terribles eventos que vería el mundo, como hambres, guerras, terremotos y epidemias. Les dijo que sucederían cosas tan terribles que harían desmayar a los hombres de terror.
Sin embargo, les aclaró lo siguiente: «Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su redención» (Lucas 21:28, NVI). Encontrarme recientemente con este versículo fue un desafío muy grande para mi fe, pues a veces parece que nos desmayamos de terror junto con los incrédulos al ver lo que está pasando en el mundo. Cuando menos me doy cuenta, lo que menos que me encuentro haciendo es levantando la cabeza con ánimo, como Jesús les indica que hagan.
Eliminemos la comodidad
Creo que uno de los problemas más grandes que tenemos hoy en día es el juzgar los sucesos del mundo con ojos terrenales. Somos malos para leer las señales de Dios. Jesús les dice a sus discípulos que así como leen las señales del cielo o de los árboles para entender las estaciones y los tiempos, así se debe hacer con las cosas espirituales (Lucas 21:29-31). Leer los tiempos y los sucesos.
Recientemente escuché a un hombre decir en una conferencia que no hay nada más peligroso para el ser humano que la comodidad. Decía que puedes darle a un hombre entretenimiento, comida y un lugar cómodo para descansar y difícilmente se irá a cumplir su propósito.
Una de las advertencias que Jesús da a sus discípulos es precisamente tener cuidado con esto. Con quedarnos en nuestra comodidad, ya que el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida hacen que se endurezca el corazón (Lucas 21:34). El llamado de un creyente es a estar siempre alerta, a pesar de las comodidades o los problemas que enfrente en este mundo.
Hay muchas maneras en que puedes eliminar la comodidad de tu vida y salir de tu zona de confort. Esto significará algo diferente para cada quien. Habrá quienes para dejar a un lado la comodidad necesiten despertarse más temprano o aumentar sus tiempos de oración. Hay para quienes quizás es importante que visiten a algún familiar o hagan algo en su comunidad. Sin embargo, todos somos llamados a perseverar, estar alertas y dejar toda comodidad atrás.
Cobra ánimo
Una de las cosas que más ayudaban a Jesús a perseverar era la oración. En estos capítulos en los que se narran las enseñanzas que daba acerca de los últimos tiempos y de ser firmes hasta el fin, se menciona que a pesar de que en el día Jesús enseñaba en el templo, en la noche oraba en el monte de los Olivos y tenía comunión con su Padre. Esto nos muestra que las relaciones espirituales funcionan igual que las terrenales: donde no hay comunicación e intimidad difícilmente habrá una relación entrañable y fructífera, aunque sea con alguien a quien aprecies mucho. Entonces, si quieres perseverar, debes orar.
Busca también la comunidad de la iglesia, el cuerpo de Cristo. En ocasiones, cuando necesitamos fuerzas, nos ayuda estar con otros que nos animen y consuelen, o que aunque también estén pasando por dificultad, por lo cual nos entienden y acompañan. Seamos intencionados en buscar a la novia de Cristo.
No seamos como la liebre, que en temporadas corre muy rápido pero desgasta sus fuerzas y deja el trabajo a medias. Seamos como la tortuga, constantes en nuestro caminar, logrando dar pasos a pesar de que nos cueste, pero yendo siempre hacia adelante. Nunca atrás, nunca igual.
Como nos instan las Escrituras: «No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos» (Gálatas 6:9, NVI).
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