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La responsabilidad del entendido

Esta semana una amiga me contó acerca de la peor fiesta de cumpleaños a la que le ha tocado asistir. ¿Cuál fue el motivo? ¡Que la festejada se desmayó! De pronto, se percibió un ruido fuerte, todos voltearon y se escuchó una voz que comenzó a gritar «¿Alguien aquí es doctor?». Ante el silencio que prosiguió a la pregunta, una persona de entre la muchedumbre se animó a decir «Yo soy dentista, si en algo puedo servirles, lo haré».

¿Qué animó a esa persona a hacer tal aseveración? ¿Será que un dentista tiene la misma experiencia en primeros auxilios que un doctor? Probablemente no, pero algún curso habrá tomado alguna vez en su vida. O algún conocimiento de su formación tendrá más avanzado en ello que el de cualquier arquitecto, contador o estilista que se encontrará en la habitación.

La respuesta que me imagino responde a lo que sucedió es que este dentista se vio obligado por la responsabilidad a responder a dicho llamado, puesto que él seguramente sabía que su conocimiento y experiencia en el tema sobrepasaba el de los que se encontraban a su alrededor. Gracias a Dios no fue algo grave y la festejada después se sintió mejor. No pasó de un mal rato.

Es tu responsabilidad

Algo así sucedió en el libro de Esdras. Después de muchos altibajos y al obtener finalmente el permiso del rey para volver del cautiverio y reconstruir el templo, los israelitas pusieron manos a la obra. Sin embargo, confesaron al sacerdote que muchos de ellos se habían unido con mujeres paganas. Reconocieron que habían pecado contra Dios.

Por lo tanto, ellos querían redimirse y hacer un pacto con Dios, pero no sabían cómo. Muy probablemente, inclusive si hubieran sabido, no lo habrían podido hacer, pues este era el rol del sacerdote, ser ese «intermediario» para con Dios.

Así que los israelitas le comentaron lo siguiente a Esdras: «Hagamos un pacto con nuestro Dios, comprometiéndonos a expulsar a todas estas mujeres y a sus hijos, conforme al consejo que nos has dado tú, y todos los que aman el mandamiento de Dios. ¡Que todo se haga de acuerdo con la ley! Levántate, pues esta es tu responsabilidad; nosotros te apoyamos. ¡Cobra ánimo y pon manos a la obra!» (Esdras 10:3-4, NVI).

Los israelitas estaban dispuestos a cambiar, pero necesitaban de la ayuda del sacerdote. Y lo animaron recordándole que era su responsabilidad, a la vez que le ofrecieron apoyo.

Manos a la obra

El llamado que los israelitas hicieron a Esdras era uno que únicamente él podía aceptar, pues aunque alguien más hubiera querido tomar su lugar, no tenía las características que se necesitaban para ofrecer los sacrificios o para escuchar las instrucciones de parte de Dios. Él era el responsable porque él era quien podía hacerlo, así de simple.

Así como sucedió con el dentista que se vio obligado por su responsabilidad, Esdras tuvo que ponerse en acción. Lo que me dejó pensando esta historia es que todos tenemos alguna área de nuestra vida en la que tenemos conocimiento sobre qué hacer, un área en la que nuestra profesión conlleva una responsabilidad (como diría el tío de Spiderman).

Quizás tú eres experto en video y a tu iglesia le hace falta quien realice esa función. Pudiera ser que tu experiencia (o inclusive tu economía) te lleven a abrir un centro de rehabilitación, un comedor o una escuela. O pudiera ser que tengas un don para orar por los demás.

Solamente tú que te conoces podrás identificar cuáles son esas áreas de responsabilidad en las que tienes un compromiso para con tu iglesia o tu comunidad. Lo importante es que puedas reconocerlas y hacer algo al respecto. Utilizar esos dones para servir a los demás como hizo aquel dentista. Así que es tiempo de decir: ¡Manos a la obra!

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