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En busca de lo perdido

¿Has dejado de ver por un tiempo a un querido amigo? ¿Qué pasa cuando vuelves a verlo? A mí me pasó a los seis años. Tuve que despedirme de mi vecina, quien era también una de mis mejores amigas de la escuela. Su familia se mudaría a una ciudad muy lejos de la mía.

Cuando yo tenía nueve años, ellos nos visitaron por primera vez desde su mudanza. Uno podría pensar que ya no tendríamos nada en común o que debíamos platicarnos qué había pasado en nuestra vida durante esos años para poder seguir siendo amigas. Pero no fue así. Nos pusimos a jugar como si se hubiera ido de mi casa por última vez el día anterior. Dicen que eso pasa con los buenos amigos sin importar la edad o la distancia.

El valor de lo perdido

Recientemente me gustó mucho una historia que escuché de una joven que recibió su primer par de aretes (pendientes, zarcillos) por parte de sus padres con motivo de sus quince años. Ella valoraba tanto esos aretes y los consideraba su más grande tesoro (probablemente lo eran, puesto que era la única pieza de joyería cara que poseía).

En una ocasión tuvo que quitárselos para una cita médica y los guardó en el bolsillo de su pantalón. Al ir al baño, se le cayeron dentro de la taza. Ella narra que ni siquiera lo pensó o le dio asco, sino que simplemente metió la mano apuradamente para rescatarlos antes de que se fueran más dentro del inodoro.

Pasado el momento, se sorprendió de su propia reacción y de haberse atrevido a meter la mano en un lugar tan sucio sin pensarlo. Sin embargo, ella comenta que le recordó el amor que Cristo tuvo por ella, que se atrevió a dejarlo todo por aquello que consideraba valioso.

La implacable búsqueda

Esta historia me recordó también a otra que contó Jesús una vez. La puedes encontrar en Lucas 15:8-10. Habla acerca de una mujer que tenía diez monedas de plata y perdió una de ellas. Encendió una lámpara, barrió toda su casa y buscó insistentemente su tesoro perdido. Aunque era una moneda tan pequeña y difícil de ver en el suelo, para ella era algo tan valioso que estaba dispuesta a la inconveniencia.

¿Alguna vez has encontrado algo que tenías perdido por mucho tiempo y valorabas mucho? ¡Qué gozo se siente al encontrarlo! Esta mujer estaba tan feliz de encontrarla que casi le hizo una fiesta a la moneda, pues juntó a todas sus amigas y vecinas para celebrar. Después, Jesús termina la historia con esta frase: «Les digo que así mismo se alegra Dios con sus ángeles por un pecador que se arrepiente» (Lucas 15:10, NVI).

Además, al leer esta historia nuevamente, descubrí que en el momento que Jesús cuenta ésta y otras diversas parábolas acerca de algo perdido, las cuales usualmente escuchamos o estudiamos de manera aislada, estaba respondiendo a los fariseos. Ellos le estaban preguntando por qué comía con publicanos y pecadores.

Al responder Jesús con estas parábolas, les estaba dejando en claro que estaba alegre por estas ovejas que habían vuelto. Estaba indirectamente aclarando que eran suyas, que las amaba y que eran valiosas para él así como aquella moneda lo era para la mujer.

Ya no estás extraviado

Nos hace mucho bien recordar estos pasajes de los evangelios que nos dan luz acerca del carácter de Dios. Al pensar en el amor de Jesús en estas historias, me sentí como quien vuelve a ver a un amigo que no veía hace tiempo. Como quien vuelve a su amigo de la infancia y juega nuevamente con él como si nunca hubiera pasado el tiempo.

Deseé poder ver a ese amigo más seguido y más de cerca. Y con una sonrisa recordé que él siempre está cercano. Que no es alguien que fue a vivir a otro país y que quizás podré ver una vez cada año o cada dos años. Es un amigo fiel y cercano. Siempre está ahí para nosotros con brazos abiertos, gozoso de tener consigo a sus ovejas, dando la vida e intercediendo siempre por ellas. 

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