Cuando era niña, una de mis actividades favoritas era construir fuertes de almohadas en mi casa. Llevábamos las sillas del comedor a la habitación y las usábamos como pilares. Encima de ellas poníamos una colcha de tal manera que formara una pequeña cueva. Después, en el suelo colocábamos todas las almohadas que encontrábamos en la casa para poder jugar ahí dentro.
Este fuerte se convertía entonces para mi hermana y para mí en un lugar especial. Podías jugar con las muñecas sin que los hombres de la casa se burlaran de ti. Leer tu cuento favorito sin interrupciones. Inclusive platicábamos secretos pensando que fuera de nuestro fuerte nadie podía escucharnos. Era nuestro lugar seguro.
Refugio
Qué lindo se siente tener un lugar seguro. Para algunos es un lugar físico, para otros es estar con cierta persona. Hay quienes se refugian en un olor o en un recuerdo. De muchas maneras el ser humano encuentra cómo protegerse de todo lo triste y malo que sucede a su alrededor.
Por otro lado, nos protegemos no solo sentimentalmente, sino que físicamente. Por ejemplo, cuando va a suceder algún evento climatológico como un huracán o una nevada, protegemos nuestras ventanas y nuestros objetos valiosos en casa. También, cuando los países están en guerra, los soldados construyen zanjas para protegerse de las bombas. El hombre es frágil y siempre está alerta, sabiendo que tiene tal necesidad de protección.
La casa firme
La buena noticia es que sobre cualquier otra cosa, la seguridad la podemos hallar en el Señor. «Yo le digo al Señor: «Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío»» (Salmo 91:2, NVI). Quien se acerca al Señor como dice este salmo, siempre tendrá un refugio seguro. No hay otro lugar mejor en dónde encontrarnos en momentos de temor, peligro o incertidumbre que en los brazos de nuestro Dios.
La Biblia narra una parábola acerca de dos hombres. Uno que decidió construir su casa sobre la roca y otro que decidió construir su casa sobre la arena. Jesús explica qué es lo que sucede con quien edifica sobre la roca. «Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca» (Mateo 7:25, RVR60).
Dios no promete que los vientos no soplarán o que la lluvia no caerá sobre quienes crean en él y en su Evangelio. Sin embargo, quien halle su refugio en el Señor, encontrará el lugar más seguro en el que pueda estar y nada podrá hacerlo caer. Nada podrá hacerle daño. Tú, ¿en dónde encuentras tu refugio?
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