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Como un león

«No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón» (Hebreos10”35).

En el año 155 d.C. el obispo Policarpo, de la iglesia en Esmirna, fue llevado ante el tribunal. El procónsul le preguntó si él era Policarpo, a lo que tan solo contestó: «Sí». Luego el procónsul empezó a exhortarlo, diciendo: «Ten piedad de tu avanzada edad; jura por la fortuna de César. Arrepiéntete. Di: “Quítense esos ateos”» (los cristianos).

Policarpo sólo miraba a la multitud y señalando con la mano, alzó los ojos hacia el cielo y dijo: «Quíntense esos ateos» (los que estaban a su alrededor).

El procónsul trató de persuadirlo, diciendo: «Jura y te soltaré. ¡Renuncia a Cristo!». El venerable cristiano respondió: «Ochenta y seis años le he servido y nunca me han hecho cosa perjudicial. ¿Cómo puedo blasfemar a mi rey, quien me ha salvado?». «Tengo fieras y te expondré a ellas, si no te arrepientes», replicó el procónsul. «Traedlas», contestó el mártir.

«Suavizaré tu espíritu con fuego», dijo el romano.

«Me amenazáis», respondió Policarpo, «con el fuego que quema sólo por un momento, pero olvidáis el fuego del castigo eterno, reservado para los impíos».

En la hora de su martirio daba gracias a Dios porque se contaba entre los mártires de Cristo. ¡Qué grande la confianza y la gratitud que Policarpo hacia su Señor! Escogió ser un mártir antes que negar al Señor que lo salvó.

De cara al viento

Esta historia me recuerda a un joven marino llamado Conrad. Estando al timón de una gran embarcación, en medio de un viento huracanado que ponía a la nave en peligro de volcarse y sufrir un naufragio, Conrad recibe el consejo de un marinero más experimentado: «Mantén la embarcación haciendo frente al viento». Para quien ha puesto su confianza en su Señor, no importa si arrecia el viento contra él; siempre podrá mantener su vida haciendo frente al viento.

Hace unos años, en mi pueblo natal, mis padres tenían un negocio de muebles para el hogar, y mi hermano y yo solíamos ayudar, ya fuera cargando o cobrando las mensualidades (por lo regular eran ventas a crédito). Yo tenía como nueve años de edad. En cierta ocasión fui a cobrar a un pueblito llamado Villita de San Atenónes, a cinco kilómetros de distancia, a lo de un señor que se llamaba Alberto Piedra, un cliente seguro. Siempre que se le iba a cobrar la mensualidad, él tenía el dinero. Recuerdo que eran cien pesos.

El camino de mi casa a este poblado era de tierra. De regreso a casa, manejaba mi pequeña bicicleta cuando de repente sobrevino un viento muy fuerte que, a decir verdad, me asustó. Luchaba contra el viento en mi pequeña bicicleta. Estaba cansado y llorando. De repente se me ocurrió una «gran» idea: dejarme llevar por el viento y no luchar más. Entonces di vuelta a la bicicleta y la dejé llevar por el viento al lugar de donde salí. ¡Si vieran cuán a gusto me sentí!

Así hice varías veces, hasta que a mi papá «se le prendió el foco» y me fue a buscar en su camioneta. Gracias a Dios me encontró…pero como decimos en México, como polvorón, todo lleno de tierra. Por cierto, nunca perdí el billete de cien pesos, a pesar del ventarrón.

Corazón de león

No importa cuán fuerte sean los vientos contrarios en tu vida, sigue adelante en tu camino. Los buenos hombres no se forjan en vientos serenos. A veces es necesaria la prueba de la vida para fortalecer nuestra confianza en Dios. Yo tengo un dicho que dice: «Es válido llorar, pero nunca dejes de caminar».

Huye del impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león. (Proverbios 28:1)

¡Sé un león confiado en su Dios!

* Puedes conocer la historia de Policarpo en esta película en Nuhbe.tv  https://www.nuhbe.tv/es/policarpo

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