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El impostor

¿Alguna vez escuchaste acerca del síndrome del impostor? Así se le llama a ese sentimiento de no ser suficiente, de dudar de uno mismo. No importa lo que la evidencia sugiera, no importan las habilidades, la preparación o los estudios. Una persona que lo padece no se siente capaz. Por eso le llaman síndrome del impostor, porque se siente como si no merecieras el lugar en el que estás. Como si fueras un impostor.

Recientemente una amiga me platicaba que se encontraba en esa situación. Después de muchos años de ser maestra, había decidido emprender un negocio de asesorías y clases de lectura. Pasó los meses planeando las clases que daría, adecuando una habitación de su casa para que fuera un salón de clase y haciendo publicidad. Pero, cuando se acercó el momento, le venían pensamientos que le decían: «Tú no puedes hacerlo», «¿qué te hace pensar que esos niños aprenderán a leer con lo que les enseñes?», «¡eres una impostora!».

No es de aquí ni de allá

Seguramente muchos nos hemos sentido así alguna vez en nuestra vida, quizás al entrar a un trabajo nuevo. Algunos lo han llegado a sentir inclusive al convertirse en padres. ¿Sabes en quién pienso al hablar de este tema? ¡En Moisés! Probablemente muchas veces se sintió excluido, como si no fuera parte ni de aquí ni de allá. Para los egipcios era un hebreo y para los hebreos un egipcio.

En una ocasión, al ver que un egipcio maltrataba a un esclavo hebreo, se molestó tanto que mató al egipcio y lo ocultó. Cometió un terrible error, el cual, probablemente, pudo haber pensado que lo terminaba de descalificar como elegido para la gran tarea de Dios. Un impostor total.

De hecho, los israelitas se lo hicieron saber, pues al día siguiente, dos esclavos hebreos se encontraban peleando y Moisés trató de mediar entre ellos. Uno de los dos respondió preguntándole quién lo había nombrado juez o gobernante. Y le cuestionó si lo mataría como mató al egipcio el día anterior. Moisés tuvo tanto temor de que se hubiera sabido lo que hizo, que huyó del país. Si no había sido lo suficientemente descalificado hasta el momento, ahora sí que estaba en el fondo.

La manera de Dios

Claro que Moisés creía que era un impostor. Un hombre cero capacitado para las tareas de Dios. Años después, cuando se encontró con una zarza ardiente con la voz de Dios que le hacía un llamado a liberar a su pueblo, el síndrome de impostor de Moisés encontró mil y un razones por las cuales no era el indicado. Algunos motivos incluían: No soy nadie para presentarme ante faraón, no me creerán, no tengo facilidad de palabra… hasta que se le acabaron los motivos y simplemente le dijo a Dios que enviara a alguien más

Dios se molestó en el momento por la poca fe de Moisés, pues él no veía las cosas de la misma manera. Mira cómo años más adelante, en el libro de Hechos, Esteban narra esta historia. «A este Moisés, a quien habían rechazado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez?, a este lo envió Dios como gobernante y libertador por mano del ángel que se le apareció en la zarza» (Hechos 7:35, RVR60).

En pocas palabras, el síndrome de impostor es una falta de fe. Fe en las promesas de Dios, en cómo nos pone en los lugares que debemos estar y en cuánto nos capacita. Si el día de hoy te enfrentas a algo nuevo, recuerda que no estás ahí por casualidad. Dios puede ponerte en lugares de autoridad para que su nombre sea glorificado. No nos queda más que obedecer, dar lo mejor de nosotros y esperar a que él nos capacite y nos guíe a terminar toda buena obra.

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