Esta semana me tocó experimentar físicamente dos tipos de dolor. El primero al ir a mi dentista y enterarme que tenía una caries. El tiempo que le tomó arreglar mi problema fue un par de horas llenas de temor, sufrimiento y desesperación. Siempre me ha dado mucho miedo ir al dentista, y más en un momento inesperado como este en el que pensé que sólo me harían una pequeña revisión.
El otro tipo de dolor fue muy diferente. Asistí por primera vez en este año a un gimnasio e hice con muchísimo sufrimiento y esfuerzo todos los ejercicios que me indicaron. Mi dolor no terminó ahí puesto que al día siguiente al levantarme sentía cómo me ardían todos los músculos. Sin embargo, fue un dolor que soporté con mucha paciencia y hasta felicidad, al saber que estaba cumpliendo mi meta de mejorar mi salud física. Además, pude notar pronto, después del tercer día de asistir, que el dolor disminuía notablemente. La búsqueda del resultado final cambiaba toda la perspectiva del dolor, a diferencia de mi visita al dentista.
¿Alguna vez has vivido algo así? ¿Aguantar un dolor con la esperanza de lo que viene? Quizás el nacimiento de un bebé o esforzarte en tus pagos para obtener algún bien material. Seguramente muchas veces has también soportado el dolor emocional y espiritual con la esperanza de que un día Cristo regresará por nosotros y enjugará toda lágrima de nuestros ojos.
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El esperar en Dios y en sus promesas es algo a lo que nos invitan las Escrituras, sin embargo, no precisamente para que ya termine el sufrimiento que pasamos, sino por amor a él, porque lo extrañamos y lo queremos cerca. Por lo tanto, algo en lo que medité a raíz de estas dos experiencias, fue que necesitaba aprender a vivir cada día con contentamiento en Jesús. No solamente con un deseo ansioso y desesperado de ver su venida. La luz y gozo que su amor produce en nosotros es uno de los más grandes testimonios con el que contamos para compartir a otros el evangelio, no podemos andar por la vida sin ello. No sería creíble nuestra narrativa, ni estaríamos viviendo como el Señor quiere.
Precisamente a vivir de esta manera es que nos invita la nueva canción de Lead y la cantante canadiense, Dariana, «El cielo», al narrar su experiencia de amor con Jesús. Al cantar la frase «Contigo vivo el cielo», recordaba la necesidad que tengo de vivir cada día como si ya estuviese en la presencia de Dios, pues lo estoy gracias al velo de separación que Jesús rompió por mí. Ahora, puedo gozarme cada día como hija amada de Dios.
Nuestro Padre celestial ha creado cada día para estar con nosotros y amarnos. ¡Qué pensamiento tan refrescante y alentador para tiempos tan complejos! Así mismo, como también externa esta canción, él nos invita a amarlo con la ternura e inocencia de un niño que está perdidamente enamorado, quien cuando escucha hablar a su objeto de amor «se suspende el tiempo» y le puede decir sin vergüenza o temor «te amo, te lo repito sin parar».
El día de hoy quiero invitarte a escuchar esta canción con el deseo de que pueda ser un incentivo en tu vida espiritual para amar a Jesús con un amor y pasión nuevos. Con un gozo como quien ve las cosas a través de la mente de un niño. Que sea una invitación también para llegar más lejos en intimidad con él y que honestamente puedas clamar que «las estrellas ya no brillan como brilla tu amor, porque brillas tan fuerte como un rayo de sol». ¡Qué hermosa carta de amor!
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