En cierta ocasión una mujer sumamente preocupada se acercó a consejería. Su esposo dominaba cualquier tema teológico a nivel de seminario, pero sus palabras siguientes fueron realmente alarmantes: «…sin embargo, no estoy segura de que el evangelio se haya vuelto una realidad en su vida». Él se sentía como «pez en el agua» en medio de cualquier conversación elevada acerca de conceptos teológicos, pero al mismo tiempo, su esposa no veía el fruto de todo lo que conocía en su propia vida. ¿De qué sirve el conocimiento si este no nos transforma?
Que todo lo que entra a la cabeza baje al corazón
Tristemente, algo tan noble como el estudio de la doctrina puede hacerse con motivaciones orgullosas. Una buena pregunta introspectiva es la siguiente: ¿Por qué deseo estudiar teología? ¿Anhelo ser transformado por las verdades de Dios o busco impresionar a los demás? El problema no está en la teología. Malamente, algunos, por no caer en el envanecimiento, se abstienen de un estudio responsable de la Palabra de Dios. Dicen: «Prefiero no saber mucho para no ser como los orgullosos». Entonces, ¿cuál es el problema? El problema está en nuestro corazón. Debemos dejar que todo lo que entra a la cabeza baje al corazón para que este sea renovado conforme a la verdad.
El orgullo es un enemigo que estará al acecho de todos. Cuando este se apodera de una mente académica, tiende a causar mucho daño en las iglesias: las personas tienen temor de expresarse libremente por ser juzgados, el perfeccionismo ahoga el crecimiento y las oportunidades para desarrollar los dones y talentos en los diversos ministerios de la iglesia.
Sean hacedores de la Palabra
«No solo escuchen la palabra de Dios; tienen que ponerla en práctica. De lo contrario, solamente se engañan a sí mismos» (Santiago 1:22, NTV). La sabiduría espiritual no solo consiste en el mero conocimiento de los conceptos bíblicos, sino en ponerlos en práctica en cada aspecto de la vida. Un buen amigo dentista nos platicaba que fue a un simposio donde asistieron los expertos dentales más reconocidos a nivel nacional. Para su sorpresa, una de las expertas se encontraba fumando y el aspecto deteriorado de los dientes era muy evidente. Ella podía saber toda la teoría, pero no le sirvió de nada por no aplicarla en su vida.
La evidencia de una persona regenerada por la palabra de Dios es la transformación de la mente y el corazón. Pablo dice en Romanos 12:2: «No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta» (NVI). Nota que el conocimiento de la voluntad de Dios viene después de que dejamos que Dios nos cambie la forma de pensar. Una persona con mero conocimiento intelectual podría decir que conoce la voluntad de Dios, pero si no hay una transformación en su vida, entonces vive lejos de ella.
Mientras lees la Palabra, ¿qué impacto tiene sobre tu alma? Estudia la Biblia, no solo para preparar sermones, no solo para capacitarte para tener mejores argumentos, aliméntate para encontrar el deleite diario que tu corazón necesita. La Palabra es el medio por el cuál conocemos y tenemos una relación personal con Jesús. ¡Todo se trata de él! Si el intelecto, la fama o cualquier cosa relacionada a nosotros se ha vuelto el motor de nuestro estudio, entonces necesitamos correr urgentemente en arrepentimiento.
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