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Testea tu fe

Fe. Una palabra corta pero gigante. Cargada de misterio. De esas que traemos de fábrica, crecen solo con ejercicio y definen el futuro. Usada y desusada. Predicada y olvidada. Se encuentra más de 230 veces en la Biblia. Sin ella es imposible agradar a Dios. Es la clave para ser salvos y para casi todo. Con una dosis —del tamaño de un grano de mostaza— podríamos mover montes. Chequea cómo está la tuya y cómo ponerla a trabajar, con este test.

Poca fe: Dios te pide que hagas algo, pero te da miedo y le respondes: «Si haces una señal, lo haré». O estás tan afanado que le apuntas a muchos dioses para ver cuál te responde. O tu prueba es tan grande que no ves salida y te postras ante la desesperanza. 

Es de la que habla Mateo 6: Las multitudes vivían preocupadas por la vida diaria, el alimento y la ropa, y Jesús les dijo: «¿Por qué tienen tan poca fe?». La misma frase aparece en Mateo 8, cuando los discípulos creyeron que naufragarían en medio de una tormenta. Unos capítulos después está el famoso caso de Pedro: caminó sobre las aguas, pero al sentir el viento fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Jesús lo reprendió: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?», Mateo 14:31. 

Si te sientes identificado con estos personajes, pasa el mayor tiempo posible enfocado en quién es Dios y cuáles son sus atributos. Si comprendes que él tiene todo el poder, cumple sus promesas, nunca cambia y te ama incondicionalmente, podrás confiarle cualquier cosa. Tuviste fe para entregarle tu vida por la eternidad, ¿por qué dudar en asuntos menos definitivos? 

Como la fe viene por oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17), súbele el volumen a predicaciones, música y charlas con amigos  (Judas 1:20) centradas en la Biblia. Si necesitas sanidad física, por ejemplo, busca literatura y testimonios sobre eso. Lee también episodios bíblicos que tengan que ver con eso (Hebreos 13:7). Si conoces cómo ha actuado Dios a lo largo de la historia, será más sencillo entender qué está haciendo hoy en tu vida. 

Y por más redundante que suene, pon tu fe en Jesús para que tu fe crezca, porque él mismo es quien la inicia y perfecciona (Hebreos 12:2), y quien puede ayudarte con tu incredulidad (Marcos 9:24). 

Mucha fe: Nuevamente Dios te pide que hagas algo pero te advierte: «No haré ninguna señal esta vez, solo quiero que confíes en mí y obedezcas», y haces caso. O, en medio de una prueba, tienes la seguridad de que las cosas saldrán bien, confías en las promesas del Señor y le cierras la puerta al temor y la duda. 

Así fue la fe del oficial romano, también en Mateo 8. Jesús le aseguró que iría a sanar a su siervo y el hombre le refutó: «Tan solo pronuncia la palabra desde donde estás y mi siervo se sanará». El mismo Jesús, asombrado, expresó: «¡No he visto una fe como esta en todo Israel!».

En el capítulo 15, una mujer gentil le rogó que liberara a su hija de un demonio que la atormenta, y la respuesta final de él fue: «Apreciada mujer, tu fe es grande. Se te concede lo que pides».

Si estás en este nivel, vuélvete promotor de la fe: háblales a todos los que puedas de cómo has aprendido a ejercitarla y muéstrales que es posible que lo hagan también. Por nada del mundo retrocedas: «Pelea la buena batalla por la fe verdadera… », 1 Timoteo 6:12. «Arráiguense profundamente en él y edifiquen toda la vida sobre él. Entonces la fe de ustedes se fortalecerá… », Colosenses 2:7. Examínense para saber si su fe es genuina. Pruébense a sí mismos… », 2 Corintios 13:5. 

Dios te dará nuevas oportunidades para edificar tu fe y la de otros, hasta que estas palabras sean vida en tu interior: «La fe es la confianza de que en verdad sucederá lo que esperamos; es lo que nos da la certeza de las cosas que no podemos ver», Hebreos 11:1. Entonces, estarás listo para creer cualquier cosa que Dios te diga que creas, por más loca que parezca. 

Auténtica fe: El Pedro que en Mateo 14 es llamado hombre de poca fe, escribió: «Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica. Está siendo probada de la misma manera que el fuego prueba y purifica el oro, aunque la fe de ustedes es mucho más preciosa que el mismo oro… », 1 Pedro 1:7.

Está hablando de ese tipo de fe inquebrantable, la que hace que cuando Dios te pide algo no solo lo creas sino que actúes sin reproche. La que es probada y aprobada. Esa fue la clase de fe que tuvo Abraham cuando empacó maletas para irse a una tierra desconocida, que Dios dijo que le mostraría. Cuando se puso en la tarea de tener un hijo, a los 100 años, porque Dios prometió que se lo daría. Cuando estuvo dispuesto a sacrificar a su primogénito porque Dios se lo pidió. Su fe y sus acciones actuaban en conjunto (Santiago 2:22). 

Hebreos 11:13 dice, refiriéndose a Abraham y a otros grandes de la fe: «Todas estas personas murieron aún creyendo lo que Dios les había prometido. Y aunque no recibieron lo prometido lo vieron desde lejos y lo aceptaron con gusto…». Sí, su fe era tan sólida que no les importaba ver materializada la respuesta. Creían, obedecían y  punto. 

Si tienes una fe de este talante, empaca maletas para ir a mover los montes: «…que él les dé el poder para llevar a cabo todas las cosas buenas que la fe los mueve a hacer», 2 Tesalonicenses 1:11. «…defiendan la fe que Dios ha confiado una vez y para siempre a su pueblo santo», Judas 1:3. «…tengan cuidado con los que trastornan la fe de los creyentes al enseñar cosas que van en contra de las que a ustedes se les enseñaron», Romanos 16:17.

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