Cuando Jesús comenzó su ministerio en la tierra, una de las formas en que muchos lo reconocieron como profeta, Mesías, o al menos como alguien muy poderoso, era en que conocía cosas ocultas acerca de las personas. En una ocasión se encontró con una mujer samaritana y le dijo cuántos esposos había tenido. Esto la dejó tan sorprendida que creyó en el mensaje que él le compartía. En otro momento, sanó al siervo de un centurión sin siquiera haberlo visto.
Una de las veces en las que Jesús hizo esto de manera especial fue cuando llamó a sus primeros discípulos. Felipe conoció a Jesús y compartió este hecho con Natanael. «Hemos hallado aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret» (Juan 1:45b, RVR1960). La respuesta de Natanael no fue la esperada, más bien preguntó si acaso de Nazaret podía salir algo bueno. Felipe contestó de manera sencilla: «Ven y ve». (Juan 1:46b, RVR1960).
Cuando Natanael conoció a Jesús, este le dijo que él era un verdadero y buen israelita. El hombre se sorprendió de que Jesús pudiera hablar así de él, pues no lo conocía. «Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel» (Juan 1:48-49, RVR1960).
No sabemos qué era lo que estaba haciendo o pensando Natanael bajo esa higuera para que se sorprendiera de ese modo con la respuesta. Pero el Señor sí lo sabía. Leer esto ciertamente me puso a pensar en cuánto me conoce y me entiende mi Salvador. Quizás en ocasiones vivimos situaciones que nos hacen sentir incomprendidos y solos, pero el Señor siempre está. Siempre. Él lo sabe todo acerca de nosotros, ha estado presente en nuestros peores y mejores momentos.
Ahí estás tú
David había ya meditado acerca de este tema en una ocasión. El Salmo 139 declara que el Señor nos conoce y nos examina, que sabe cada detalle de nuestra vida. «No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda» (Salmo 139:4, NVI).
Quizás para quien no conoce o sigue a Dios, este es un motivo de temor. Pero para quienes somos sus hijos, es una fuente de descanso. «¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, ahí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás ahí. Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha!» (Salmos 139:7-10, NVI).
Como un niño que cree que se esconde de su papá al jugar a las escondidas, pero a quien se le ven los pies, una mano, ¡o inclusive a veces hasta medio cuerpo detrás de ese escondite!, así son nuestros intentos de escondernos de Dios. Él siempre nos acompaña y nos guía.
En el camino eterno
Al pensar en esto, David solamente puede concluir pidiendo al Señor que examine sus pensamientos y que sondee su corazón para poder caminar la senda eterna. Esa es mi petición el día de hoy. Que el reconocer la grandeza de Dios y el cómo siempre está con nosotros, nos haga adorarle y buscar un corazón conforme al suyo. Que podamos vivir tranquilos al saber que no caminamos solos. Él me conoce y camina conmigo.
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