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No estás solo

Cuando era niña, tenía un miedo aterrador a las arañas. En una ocasión necesitaba una ropa que estaba en el área de lavado y al regresar a casa encontré una araña cerca de la puerta. Me asusté tanto que corrí a subirme a la lavadora y me quedé allí un par de horas hasta que alguien más llegó a la casa y me ayudó.

¿Tienes algún miedo similar? ¿Quizás al mar, a las alturas o a algún insecto? Esos temores que no pueden explicarse muy bien, que no siempre tienen mucha lógica pero que aún así están ahí. Muchas veces nos pasa con las cosas de Dios también: el temor a predicar, a orar, a que Dios no esté con nosotros en nuestros momentos difíciles. Hace poco me ayudó saber que los discípulos de Jesús experimentaron situaciones similares.

No tengan miedo

En una ocasión, Jesús y sus discípulos predicaron a una multitud. Al final, mientras Jesús se alejó a orar, los discípulos se adelantaron en una barca. Jesús se acercó a medianoche a la barca, que ya se encontraba mar adentro, caminando sobre el agua. Los discípulos se asustaron y pensaron que se estaban enfrentando a un fantasma. Quizás fue uno de esos temores irracionales de los que hablo, en los que tratamos de justificar lo que no entendemos, lo que no podemos explicar.

Puedo entender cómo podrían haberse sentido los discípulos. El corazón latiendo fuertemente, el pensamiento en mil cosas a la vez y al mismo tiempo en nada, quizás inclusive cambiando el ritmo de su respiración y de la sangre a los pies. ¡Qué momento tan aterrador!

Sin embargo, en medio de eso, las palabras de Jesús fueron «¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo» (Mateo 14:27b, NVI). En medio del valle de sombra de muerte, de la más terrible tormenta, la voz de Jesús nos invita a no tener miedo.

Caminando sobre las aguas

En ese momento, Pedro pensó que era más valiente que los demás, pues le contestó a Jesús que si era él lo llamara a caminar con él sobre las aguas. Me ha pasado muchas veces también que creo que lo mejor es hacerme la fuerte y caminar sobre las aguas. Mira cómo funciona este tipo de pensamiento: «Todos los que dicen con orgullo y con altivez de corazón: “Si se caen los ladrillos, reconstruiremos con piedra tallada; si se caen las vigas de higuera, las repondremos con vigas de cedro”» (Isaías 9:9b y 10, NVI). Esta es una actitud que condena el Señor, pues busca depender de las propias fuerzas.

Dice la Biblia que aunque Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar hacia Jesús, al sentir el viento tuvo miedo y clamó: «¡Señor, sálvame!» (Mateo 14:30b, NVI). En medio del momento más crítico, Pedro exclamó lo mejor que pudo haber dicho.

A veces, cuando narramos esta historia, nos enfocamos en lo que responde Jesús a Pedro, ya que le pregunta por qué dudó. Sin embargo, pocas veces en esta historia notamos que además de este llamado a tener más fe, Jesús también le tendió la mano.

Es importante reconocer ante el Señor nuestras debilidades. Como dice Pablo, «gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo» (2 Corintios 12:9, NVI). Esto nos abre el camino para que él nos tienda la mano.

Cuando sientas que estás caminando sobre el agua, y que las olas están por arrastrarte, incluso mucho antes de que llegues a ese momento, busca al Señor. Su gracia te basta. Busca su mano. Él es un Dios real que está contigo. En medio del más grande de tus temores, no estás solo.

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