El liderazgo es una disciplina muy popular en nuestros días. A muchos les agrada la idea de liderar, pero pocos lo ven como uno de los dones espirituales que Dios ha dado para edificar la iglesia. ¡Así es! El liderazgo es una capacidad especial dada por el Espíritu Santo para que, mediante su realización, las personas sean llevadas a amar, servir y cumplir con el propósito que Dios ha definido para sus vidas. Pablo enseña en Romanos 12:8: «…si Dios te ha dado la capacidad de liderar, toma la responsabilidad en serio» (NTV).
Podríamos hablar de muchas cualidades del liderazgo, pero hoy quisiera hablar particularmente de una que considero indispensable para todo aquel a quien Dios ha llamado a presidir: el entusiasmo.
La importancia del entusiasmo en el liderazgo
Podemos entender la importancia del entusiasmo en el liderazgo con un ejemplo de la Biblia que encontramos en el libro de Deuteronomio. Para darte un poco de contexto, en este tiempo, el pueblo de Israel estaba en el proceso de conquistar la tierra prometida, de recibir las instrucciones y leyes para establecerse como nación en la tierra que Dios dispuso para que habitaran. En el capítulo 20, Dios les da leyes específicas para la guerra, y les dice lo siguiente: «Y volverán los oficiales a hablar al pueblo, y dirán: ¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo» (Deuteronomio 20:8, RVR1960). Si bien, la instrucción se asocia con el descarte de aquellos que exhibían una actitud temerosa, el principio revelado es el mismo.
El pueblo necesita al frente personas vigorosas y entusiastas porque la actitud es lo primero que se transmite. Una persona apática o de espíritu opacado terminará por desanimar a los demás. Si eres llamado a presidir al pueblo de Dios en la reunión corporativa, si eres llamado a predicar la Palabra, o a dirigir la alabanza, ¿qué actitud percibe la gente? ¿Cómo esperamos que otros se convenzan de que vale la pena entregar todo por Jesús si nuestro espíritu carece de ese entusiasmo que caracteriza a las personas que han encontrado un gran tesoro?
El entusiasmo es el reflejo de la convicción
El liderazgo consiste en inspirar a las personas de tal manera que sean impulsadas a buscar un bien o un logro. El liderazgo no funciona «forzando» a las personas hacia una dirección, ellas son motivadas de tal manera que de su interior brota la determinación para llegar a la meta. Por eso es necesario que el líder esté convencido primero de que el fin es lo suficientemente digno como para poder llevar a otros ahí, aun cuando el trayecto implique sacrificio. Ahora piénsalo en términos espirituales. Un líder cristiano, ha probado la plenitud que hay en una relación ferviente con Jesús y busca que otros experimenten lo mismo. Cuando el líder sirve con entusiasmo, el mensaje que transmite es que el objeto de su servicio es tan valioso y deseable, que es inevitable experimentar gozo y plenitud. El entusiasmo es el reflejo de la convicción del corazón y la convicción se forma cuando hemos encontrado virtud en algo.
¿Qué hacer cuando he perdido el entusiasmo?
Cuando has perdido el entusiasmo, no quiere decir que necesariamente has abandonado la convicción. Como seres humanos —pecadores y falibles— podemos caer en desánimo o distracción, gestando así la pérdida del entusiasmo. La buena noticia es que, en tiempos como estos, tenemos a nuestro alcance la ayuda de aquel que nos ha dado el don y produce el entusiasmo en el corazón humano: el Espíritu Santo. Uno de sus frutos es el gozo y Jesús lo revela como nuestro Ayudador. Pide que él enfoque de nuevo tu mirada en Jesús, el hombre que nos transformó y cautivó para vivir una vida enteramente para su gloria. Ten ánimo y levántate, pues fuiste llamado a liderar a otros para amar a Jesús, ¡hazlo con entusiasmo!
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