Muchos de nosotros conocemos la historia del Rey León, puesto que ha sido para toda una generación una película emblemática de la cultura en la que vivimos. Cuando me tocó verla de más joven, creí haber aprendido ciertas cosas de la historia, sin embargo, ahora que nos ha tocado verla de nuevo, me di cuenta que hay mucho en la trama de esta película infantil que un cristiano puede usar como lección acerca de Dios.
Identidad del Padre
Algo muy claro en la película, y que es quizás una de las cosas que más amamos de ella, es el lazo que hay entre el padre y el hijo. Es muy notable cómo el hijo va estableciendo su identidad con base en lo que su papá es y a lo que le dice. El hijo sabe que un día será el rey porque su padre se lo ha dicho, y mira muy de cerca sus pasos para tratar de convertirse en el tipo de rey que su papá es. Por ejemplo, se va buscando aventuras porque quiere aprender a ser valiente como sabe que su papá es. Una de las razones por las que imagino que el hijo imita tanto a su padre no tiene tan sólo que ver con que lo admira, sino también se basa en el saber que éste lo ama y que siempre estará ahí para cuidarlo; su papá incluso le dice que aun cuando ya no esté en la tierra, estará mirándolo desde el cielo. Por lo tanto el hijo siempre se siente seguro.
Es así como nosotros deberíamos tener nuestra identidad puesta en nuestro Padre celestial. Esto nos daría la misma seguridad que vemos siempre en el pequeño Simba. Incluso ahora que no vemos a Dios físicamente, sabemos que nos ha dejado a su Espíritu Santo para que nos ayude, nos guíe, nos consuele, nos exhorte, etc. Siempre deberíamos sentirnos seguros, sabiendo que la autoridad y el cuidado del Padre nos respaldan. Por el otro lado, siempre deberíamos estar siguiendo de cerca los pasos de nuestro padre, buscando imitarlo.
Perder al Padre es perderlo todo
Cuando el hijo cree que ha perdido a su padre, así como en una ocasión los discípulos creyeron haber perdido al Mesías, y como en muchas ocasiones nosotros nos sentimos abandonados por el Padre, en ese momento, se derrumba toda esa identidad. Cuando eso sucede vienen otras voces que nos quieren decir que somos otras cosas distintas a lo que verdaderamente somos. En esta ocasión, el hijo león se topa con dos personajes que le hacen creer que la vida debe estar exenta de preocupaciones y responsabilidades, y poco a poco lo llevan a olvidar que él es el hijo del rey, al grado de que cuando se encuentra con un personaje que le pregunta: «¿Quién eres?», no sabe qué responder, y termina diciendo: «No soy nadie». ¿Alguna vez te has sentido así? ¿Tan perdido que no podrías decir de ti mismo que eres hijo del rey?
Este personaje le hace ver que el padre vive dentro de él, y que ser hijo del rey es suficiente para tomar su lugar en el trono. El hijo termina teniendo un encuentro con su padre, en el que se da cuenta que verdaderamente su padre nunca lo dejó; y al verlo y al recordar quién es el padre, también recuerda lo seguro que está al ser su hijo y la autoridad que le ha sido dada.
Recuerda quién eres
Todos los días estemos cerca del Señor y su Palabra. Sigamos sus pasos de cerca así como el pequeño león hacía con su padre y busquemos imitarlo en todo. Vivamos con la seguridad de que somos sus hijos y levantémonos a tomar nuestro lugar en su reino sabiendo que su Espíritu vive dentro de nosotros, sabiendo que quien nos ha dado su vida, ¿cómo no nos dará junto con Cristo todas las cosas? Levantémonos en fe a aquello a lo cual fuimos llamados y, como le dijo este padre a su hijo, no olvidemos nunca quienes somos en él.
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