En nuestros tiempos, la palabra «depresión» se ha vuelto tristemente común. Todos hemos escuchado de alguien que la padece o ha padecido en el pasado. Sin embargo, a veces usamos el término de una forma más coloquial para designar un estado de nuestra mente en el que no nos gusta estar.
Existe la depresión que proviene de una pérdida o dolor (además de la que obedece a causas neurológicas). Se lleva un poco de tiempo que Dios pueda sanar el corazón, o inclusive para tratarla puede requerirse la ayuda de un profesional.
Sin embargo, existe otro tipo de depresión que proviene de un tiempo prolongado en el que ponemos nuestros pensamientos en lugares que no convienen, en ocasiones, incluso por la comodidad de no superar nuestras situaciones; quizás alguna pelea con un familiar, o el perder un trabajo; una mala noticia de salud o un cambio de casa. Hay mil y una cosas que nos sacan de nuestra rutina hacia lugares incómodos e indeseables y en ocasiones es más fácil caer en tristeza que superar lo que tenemos frente a nosotros.
A mí me ha pasado. He tenido en mi vida épocas en las que, por semanas enteras, no podía mas que pensar en el problema que tenía de frente, que no se resolvía solo ni tenía yo las fuerzas de resolverlo. Pero escuché este versículo que me confrontó grandemente: «Todos los días del afligido son difíciles; mas el de corazón contento tiene un banquete continuo» (Proverbios 15:15). Lo que me llamó la atención de este versículo es que no habla de aquel que no tiene problemas, sino del de corazón contento. La Biblia nos habla de estar gozosos en medio de las pruebas y las aflicciones, reconociendo que Jesús es nuestra fortaleza y que si estamos con él, no tenemos porqué temer. Sin embargo, en diversas ocasiones caemos en incredulidad y nuestro corazón se vuelve como este versículo lo describe, «afligido».
¿En qué ocupas tu mente?
Por lo tanto, aprendí que lo que debía cuidar no era la situación en la que me encontraba, sino lo que pensaba de ella, e incluso más allá, lo que pensaba de Dios, porque muchas veces actuaba como si él no pudiera librarme de mis problemas, o como si no estuviera al control de las circunstancias.
Mira lo que dice el siguiente versículo: «Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz» (Romanos 8:6). Me di cuenta que muchas veces, al preocuparme y deprimirme por mi situación, me estaba ocupando de lo que quería mi carne. Dirás, «¿Preocupándote por tu carne? ¿A poco tu carne quiere estar en depresión?». No creo que mi carne quiera estar triste y en depresión todo el tiempo, pero sí creo que quiere estar lo más cómoda posible, y en ocasiones, la tristeza es el refugio más cercano.
Quizás tu eres diferente, quizás hay otros elementos en tu vida que te están robando la oportunidad de ver las cosas como son. Quizás tiendes a distraerte cuando estás en problemas y comienzas a pasar más y más tiempo en la televisión o en las redes sociales, o quizás te refugias en alguna relación o amistad. Para mí, lo más seguro era el calor de mi cama por las tardes, donde nadie ni nada pudiera hacerme daño.
Enumera tus bendiciones
A pesar de que todos seamos diferentes, a todos se nos presenta la misma solución. ¡Deja de pensar lo que estás pensando! Enfócate y concéntrate en el Señor. Lee su Palabra, busca y enumera las bendiciones que él te ha dado junto con su grandísima salvación. ¡Hay tanto que has ganado por medio de Cristo que nadie ni ninguna circunstancia te puede quitar!
Por ejemplo, hace poco mientras me encontraba así, alguien me recomendó leer Efesios 1 y me dijo que en ese corto capítulo había muchísimas cosas que Pablo listaba que me pertenecían gracias a Cristo.
Efesios 1 comienza diciendo que Dios «nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efesios 1:3). ¡Qué más podemos pedir a quien ya nos ha bendecido de esta manera! Estas son algunas cosas que yo aprendí a través de este capítulo: él me escogió desde antes de la fundación del mundo, me hizo santo y sin mancha delante de él, me amó y predestinó un plan para mí, me adoptó para ser hijo suyo, me hizo acepto en Cristo, perdonó mis pecados, me redimió con su sangre, me dio una herencia, y me dio una promesa de salvación.
Suena difícil poder cambiar mi actitud o situación solo por leer estas cosas, pero son tan poderosas y verdaderas que si lleno mi mente de ellas, el Espíritu comenzará a cambiar mi corazón afligido a un corazón alegre como el que describe Proverbios.
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