¿A quién más iremos?
Para cualquier conflicto o problema que enfrentamos, solamente hay una salida y una respuesta: Cristo.
Piensa en algo que te pueda dar más paz, más esperanza, mayor respuesta. Piensa en alguien más que te pueda garantizar que lo que está sucediendo es por tu bien, y no sólo por tu bien para esta vida, sino para la que sigue. Piensa en alguien más que ofrezca honor a quienes hagan su voluntad y ofrezca crecimiento y coronas al que pase las pruebas que se enfrente. Al pensar en todo esto, no encuentro a alguien más que me ofrezca lo que Cristo ofrece. Nadie puede prometerme y cumplirme lo que él.
Es por eso que cuando Jesús, en Juan 6, les dice una palabra dura, sabiendo los discípulos que venían tiempos difíciles y que la vida en el evangelio no sería sencilla, a pesar de que muchos se fueron, Pedro no tuvo más que decir cuando Jesús les pregunta si ellos también se irían. «Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Juan 6:68-69).
Palabras duras con amor
A pesar de que nos duelan los sucesos y las dificultades que se encuentren frente a nosotros, y que en ocasiones queramos claudicar como lo hicieron muchos discípulos aquel día en que Jesús les habló con palabras e instrucciones difíciles de digerir, no hay otro lugar en el que podamos estar más seguros, ni nadie que nos ofrezca una promesa mejor.
El rey Saúl, al inicio de su reinado, con humildad comentaba ser el menor de su familia. Sin embargo, al enfrentarse con diversas pruebas, tomó decisiones según su propio criterio y le faltó esa humildad para obedecer y hacer lo que Dios le pedía. Las decisiones que él tomó en las pruebas fueron lo suficientemente aberrantes para Dios, que lo destituyó de su puesto. Alguien que tiene la mirada apartada de Cristo, de su persona y su sacrificio, no puede hacer mucho por el reino de Dios.
Un correcto enfoque
Es primordial que tengamos siempre presente el sacrificio de Cristo, que seamos agradecidos siempre. En el momento en el que la vida de Cristo deja de ser una realidad palpable en nuestras vidas, cambia nuestro cristianismo. Dejamos de ser aquellos creyentes humildes como Saúl y comenzamos a tomar decisiones según el contexto cultural y la situación actual que nos rodee.
Es muy importante no perder el piso de esta manera, ya que tomamos preguntas como: «¡Wow! ¿Cómo es que Dios pensó en mí para crearme y salvarme?» Y las cambiamos por preguntas de distinta naturaleza como: «¿Por qué me hace esto Dios a mí si yo no merecía este problema?». Si cambia la meta y el deleite de nuestro corazón, se cambia todo. ¿A quién más iremos? ¿En quién más que sea más confiable podremos poner nuestra mirada? Sólo él.
Comentarios en Facebook