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El as bajo la manga

Algunos meses atrás comencé a asistir a una clase en un gimnasio local. Varias entrenadoras que trabajan ahí se turnan cada día para dar la clase. Algunas de ellas la convierten en un momento muy divertido, pero otras en uno muy pesado. A una de ellas en especial le gusta mucho incluir ejercicios difíciles y retadores y por consiguiente, las novatas que tomamos su clase no siempre estamos a la altura de sus retos.

Llegó un punto en que temía que llegara el día que ella diera el entrenamiento de nuevo. Llegaba al estacionamiento del gimnasio y pasaba la mirada por todos los autos que se encontraban ahí. Tenía la ligera esperanza de que tocara entrenar con alguien más. 

¿Qué hacía su clase tan temida? ¡Que parecía que siempre tenía un as bajo la manga! Un trampolín, una cuerda para saltar o algún ejercicio con muchos saltos y vueltas. A veces nos decía que nos recostáramos en el suelo y justo cuando pensaba que al fin vendría algo más sencillo, resulta que nos ponía a hacer algunas series de abdominales.

Recuerdo otra ocasión en la que ya estaba a punto de claudicar. En ese momento nos repartió unas pequeñas mancuernas de tres libras. Sonreí para mis adentros y pensé, esta vez sí podré. Pero resulta que nos puso a hacer algunos golpes de boxeo que hasta me temblaron los brazos por más pequeñas que fueran las mancuernas. En ese momento me di cuenta que verdaderamente siempre tenía un verdadero as bajo la manga y que siempre, sin importar el día o la actividad, ella podría sorprenderme. Confirmé que con ella las cosas nunca serían lo que parecen y que todo podía ponerse más difícil en cualquier momento.

Un Dios inesperado

Ese día estuve meditando sobre cómo a veces nos pasa igual con el Señor. Creemos que entendemos sus planes y lo que él hará. Vemos algunos indicios y pistas que nos dan una idea e inferimos todo lo demás. Hacemos una historia completa para nuestra vida y la de aquellos que nos rodean.

Pero Dios no funciona así. Él es como esa coach, siempre nos sorprende, siempre tiene un as bajo la manga. Como dice Proverbios 16:9, «El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor».

Desafortunadamente, eso también significa que, como en mi clase, las cosas siempre pueden ponerse más difíciles. Pero con el tiempo he llegado a aprender que así como mi maestra nos pone ejercicios tan duros para que logremos una mejor condición física y salud, así todo lo que el Señor pone en nuestra vida es por nuestro bien.

Él desea conexión y amistad con nosotros, intimidad con sus hijos. Él desea también fe y obediencia de parte nuestra. No se detendrá hasta terminar la buena obra en nosotros. Y, ¿te confieso algo?, después de un tiempo, ya no me molestaba tanto la clase, porque mi cuerpo había desarrollado condición y músculo. Lo mismo nos pasará en el caminar cristiano con el tiempo, si somos fieles en llevar a cabo nuestro entrenamiento con diligencia.

Un Dios superior a mis expectativas

Así que, mi recomendación es que este día puedas soltar tus temores y tus expectativas. Que como yo, dejes de entrar al estacionamiento del gimnasio buscando el automóvil de la maestra, deseando que no esté ahí, haciendo toda una historia en la cabeza de lo difícil que será la clase el día de hoy.

Dejemos de analizar y de inferir y vayamos a dónde el Espíritu quiera llevarnos. Permitamos que nos enseñe lo que quiera enseñarnos. Convirtámonos en siervos moldeables y enseñables. Si algo tenemos por seguro es el final de la historia.

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