Esta semana, el estudio bíblico que me tocaba realizar me recordó mucho una de mis historias navideñas favoritas, pero que esta pasada Navidad no tuve la oportunidad de leer o de ver: «Cuento de Navidad» de Charles Dickens. La historia trata acerca de Scrooge, un hombre avaro a quien se le muestra en una noche su pasado, presente y futuro, para que pueda arrepentirse de sus malas obras y ser salvo.
En el libro de Apocalipsis, Dios menciona a cada una de las siete iglesias lo que han hecho bien y los errores que han cometido. A algunas de ellas termina llamándolas al arrepentimiento: «Así que recuerda lo que has recibido y oído; obedécelo y arrepiéntete…» (Apocalipsis 3:3, NVI). Estas iglesias ya habían escuchado las buenas nuevas de Cristo, su reino y sus mandamientos, pero les faltaba poner algunas cosas por obra. Su pasado no estaba teniendo efecto sobre su presente. De la misma manera que Scrooge, que a pesar de que había sufrido tanto en su pasado, no lo había considerado una lección para ser bondadoso con los demás en su presente, por lo que su futuro se vería afectado.
El efecto dominó
Más adelante en el libro de Apocalipsis, después de hablar a las iglesias, se busca a alguien que pueda abrir un rollo y conocer lo que en él está escrito. Pero no se halla a nadie digno de hacerlo. Juan, al ver esta visión, comienza a llorar. Pero, en medio de su llanto, escucha lo siguiente: «Uno de los ancianos me dijo: “¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos”» (Apocalipsis 5:5, NVI). Nuevamente, pensé en este efecto dominó en el que lo que uno hace le afecta más adelante en el tiempo. Jesús se entregó y se sacrificó. Eso tendría efecto no solamente en ese momento, sino para toda la eternidad y para toda la humanidad.
Así mismo, en Cristo, cada una de nuestras acciones se multiplican y tienen un efecto eterno que no alcanzamos a vislumbrar. Como dicen las Escrituras: «Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones;» (Deuteronomio 7:9, RVR60).
La iglesia moderna no es muy diferente a algunas de aquellas que vemos nombradas en el Apocalipsis. Quizás tenemos cosas por las que podamos ser aplaudidos. Pero también otras en las que nos falte mucho por aprender y por hacer. Sin embargo, si alcanzamos a entender (aunque sea un poco) cómo nuestra fidelidad el día de hoy tendrá efecto en mil generaciones y en muchísimas personas —dado el efecto multiplicador del evangelio y la misericordia de Dios— podremos seguir adelante con ánimos.
Una mirada hacia el pasado
Te invito a que voltees hacia atrás y que analices qué ha sucedido en tu vida que puedas utilizar como bendición para otros. Que medites en aquello que has oído y visto para que puedas ponerlo por obra. Que reconozcas los errores que has cometido para que puedas aprender de ellos. Seguramente hay mucho que puedes tomar en cuenta para seguir adelante. Así como Scrooge quien, al ver de cerca las escenas de su pasado, presente y futuro, aprendió la lección que necesitaba.
Con cada advertencia a las iglesias del Apocalipsis, el Señor también tenía una promesa. Cada una es un bálsamo y un ánimo constante en medio de las dificultades del mundo presente, las cuales podemos sobrellevar con gozo sabiendo lo que nos espera en el futuro.
Tenemos un Dios en cuyas manos está nuestro pasado, presente y un futuro glorioso. «El que salga vencedor se vestirá de blanco. Jamás borraré su nombre del libro de la vida, sino que reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles» (Apocalipsis 3:5, NVI).
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