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El llamado al arrepentimiento: ¿amor o condena?

Pocas cosas suelen ser tan incómodas como cuando alguien nos amonesta por alguna falta en nuestro carácter. ¿Alguna vez te ha pasado? Muchas veces hasta resulta doloroso; no importa que la persona lo haya hecho con la mejor intención, de todas formas suele ser duro de recibir. Por el otro lado, cuando somos nosotros los que debemos exhortar a alguien, no resulta menos complicado, y optamos muchas veces por evadir la confrontación.

En los evangelios encontramos a un hombre llamado Juan el Bautista que decía: «Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el reino del cielo está cerca» (Mateo 3:2, NVI). El arrepentimiento consiste en un cambio de pensamiento que produce una transformación en nuestras actitudes, siempre mediante la fe en Jesús. Todos estos ejemplos y sentimientos nos llevan a una pregunta: ¿es el llamado al arrepentimiento una muestra de amor o de condena?

El llamado al arrepentimiento a los corintios

Cuando nos acercamos a la Biblia, hacemos el buen descubrimiento que el llamado al arrepentimiento es en sí una de las manifestaciones más grandes del amor de Dios. No todo lo que produce dolor es malo y ausente de afecto. Piensa en aquel hijo que es llevado por su padre al dentista por un problema en una de sus muelas. Probablemente el tratamiento será doloroso, pero es el mismo amor que impulsa al padre a buscar una alternativa para la restauración de la salud de su hijo. Un ejemplo muy claro lo tenemos en Pablo y los corintios. El apóstol les había enviando una carta «severa» con el fin de corregir ciertas actitudes en ellos. Pero Pablo aclara: «No les digo esto para condenarlos. Ya les dije antes que ustedes están en nuestro corazón y que vivimos o morimos junto con ustedes» (2 Corintios 7:3, NTV). El motivo de la carta severa era… sí, ¡el amor que Pablo sentía por ellos! Y él añade:

«No lamento haberles enviado esa carta tan severa, aunque al principio sí me lamenté porque sé que les causó dolor durante un tiempo. Ahora me alegro de haberla enviado, no porque los haya lastimado, sino porque el dolor hizo que se arrepintieran y cambiaran su conducta. Fue la clase de tristeza que Dios quiere que su pueblo tenga, de modo que no les hicimos daño de ninguna manera. Pues la clase de tristeza que Dios desea que suframos nos aleja del pecado y trae como resultado salvación. No hay que lamentarse por esa clase de tristeza; pero la tristeza del mundo, a la cual le falta arrepentimiento, resulta en muerte espiritual» (2 Corintios 7:8-10, NTV).

El llamado al arrepentimiento es amoroso, porque nos permite abandonar el pecado que nos daña a nosotros, a nuestros seres queridos y a nuestra relación con Dios, y que nos impide disfrutar de él con libertad. Lo opuesto al arrepentimiento es la indiferencia. Un padre que no ama a su hijo será indiferente ante sus problemas y carencias. Como dice Proverbios 3:12 «Porque el Señor disciplina a los que ama, como corrige un padre a su hijo querido» (NVI).

El llamado al arrepentimiento a los de Laodicea

Es interesante como en las cartas a las siete iglesias en Apocalipsis, Jesús le da el mensaje más duro a la iglesia de Laodicea, una iglesia tibia, con autopercepción de riqueza, pero en realidad «infeliz y miserable» (Apocalipsis 3:17, NTV). ¿Eran estas palabras una condena a una iglesia que, notablemente, le dio lugar al pecado y a la carne? Justo después de la exhortación leemos lo siguiente «Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:19-20, NTV). Estas palabras eran una muestra de amor. El deseo de Jesús era tener comunión con los de Laodicea.

Así es, nos acercamos a Dios mediante la fe y el arrepentimiento, pero este mismo debe estar presente durante todo tu caminar cristiano; es el reflejo de una vida que quiere agradar a Dios en todo lo que hace, siempre descansando en su gracia y amor incondicional que nos cubre cuando fallamos y nos libra de toda condenación.

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