Este año como ningún otro, valoramos la libertad de poder salir de nuestras casas con normalidad, tomar el aire fresco y pasear con nuestra familia por los parques y las plazas. Nos dimos cuenta que el «encierro» no nos hace nada bien.
Esto me hace pensar en nuestra misión como discípulos de Jesús. Es una bendición poder reunirnos los domingos para adorar juntos a nuestro Dios, pero debemos tener cuidado de no hacer una «cuarentena» eclesial, quedándonos solamente encerrados dentro de las cuatro paredes. El mandato de Jesús es claro: «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19, NVI) Nuestro llamado es a ¡salir y anunciar!
En los últimos años, hemos puesto un gran esmero por hacer nuestros lugares de reunión más cómodos, modernos y atractivos. Esto es algo que celebro, sin embargo, sin darnos cuenta hemos intercambiado el «por tanto vayan» por el «vengan y escuchen». No hay nada de malo en buscar que las personas no creyentes asistan a nuestra congregación. ¡Mi deseo es que mis amigos y familiares vengan y escuchen la Palabra! Sin embargo, la realidad es que la gran mayoría de las personas que asisten a un domingo son personas que ya son creyentes y piadosas. Los destinatarios del evangelismo son personas «extraviadas», personas que se han apartado y necesitan ser traídas de vuelta al redil. «Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido». (Lucas 19:10, NVI) Esto implica que no podemos hacer la mayor parte de nuestro evangelismo en las cuatro paredes. Una vez un hombre dijo que evangelizar en la iglesia local es como pescar en la bañera. Es mucho más sencillo y cómodo, pero los peces no están ahí.
Preparemos nuestras redes, salgamos y vayamos a «pescar» esas almas que están nadando en el «mar de perdición». Pidamos al Señor por esa compasión que nos mueva a ir y predicar el evangelio de Cristo a los pecadores; que sin importar el costo, estemos dispuestos a sacrificar nuestra comodidad con tal de buscar el bien eterno de nuestro prójimo. Pidamos por el denuedo del Espíritu Santo para testificar con valentía sin importar la oposición. Las «citas divinas» están allá afuera, ¡es tiempo de salir y anunciar!
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