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Enfrentemos el problema del racismo

Hace algunos años, el famoso actor Will Smith dijo algo muy cierto: «El racismo no está empeorando, está siendo filmado». Estas palabras han sido recordadas nuevamente tras el lamentable asesinato de George Floyd. Si bien, el tema ha acaparado el foco de atención del mundo entero gracias al fenómeno de las redes sociales, esto no es una novedad. El racismo es real, gente ha estado sufriéndolo por años y no podemos responder con indiferencia ante esto.

Llama particularmente mi atención que tras este repulsivo acto que terminó con la vida de Floyd, se han hecho saber muchos otros casos de discriminación y violencia contra personas que representan muchos otros grupos étnicos. ¿Cómo es posible que en todas las naciones se viva la misma indignante problemática? En algunos casos, más allá del racismo, la segregación se da por el clasismo u otros motivos, pero en el fondo, el problema es el mismo; no se dignifica el valor de la vida humana.

¿En que radica el problema del racismo?

El pastor Otto Sánchez acertadamente declaró que «el racismo no es por la piel: es por el corazón». Jesús enseñó esto mismo en Mateo 15:19: «Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias» (NVI). Es preciso que identifiquemos la raíz del problema para que podamos encontrar una solución. El pastor Sánchez añade lo siguiente: «A pesar de las declaraciones y sanciones contra los infractores, el prejuicio y el racismo todavía permanecen. ¿Por qué las leyes no han logrado extirpar ese mal del ser humano? ¿Por qué, a pesar de las penas drásticas, hay algunos seres humanos que rechazan al otro solo por el color de su piel?». Su punto es poner en evidencia que mientras no tratemos el problema del corazón, no hay esfuerzo humano que pueda impedir que estas acciones perversas se sigan manifestando.

La esperanza para el corazón corrompido

El autor de Hebreos, en el capítulo 9, precisamente trata la incapacidad de los sacrificios del Antiguo Testamento para transformar el interior del ser humano. Los sacrificios ordenados por la ley de Moisés expiaban los pecados y purificaban al pueblo de manera externa, pero el corazón de los que lo practicaban seguía igual. Su propósito es precisamente hacerles ver que la esperanza del corazón corrompido no se encuentra en dichos rituales religiosos, mucho menos en el esfuerzo y la capacidad del ser humano. La esperanza se encuentra en la sangre de Cristo, que no solamente puede limpiar nuestro exterior sino transformar nuestra mente y corazón: «…¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente!» (Hebreos 9:14 NVI).

 

Solo Jesús puede salvarnos de esta naturaleza caída y egocéntrica que nos lleva a buscar únicamente nuestro propio bienestar, a reaccionar con indiferencia al maltrato de los demás, a menospreciar en nuestro corazón a aquellos que no son como nosotros. Cristo vino a romper las cadenas del pecado para que podamos vivir libremente para servir a Dios, amando a nuestro prójimo. «No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos» (Filipenses 2:3 NVI). El apóstol Pablo no hubiese exhortado a sus lectores a vivir de esta manera sin antes apelar unos versículos antes a su unión con Cristo, porque separados de él nada podemos hacer (ver: Juan 15:5).

Cuando creemos en el evangelio, no solo estamos tratando el problema del racismo. Las buenas nuevas de Jesús son la esperanza a cada pecado que nos lleva a una muerte espiritual; él vino para darnos vida eterna.

La esperanza ante el racismo no es una campaña, no es una estrategia, es una persona y su nombre es Jesús.

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