Hoy es común que celebremos el crecimiento y la influencia que muchos ministerios han logrado, al grado que su impacto ha sobrepasado las fronteras, siendo de bendición para muchas personas alrededor del mundo. Este crecimiento no viene de la noche a la mañana. Sin duda involucra un gran sacrificio, entrega, constancia y perseverancia en la obra del Señor. Muchos ministerios de música, de enseñanza, de evangelismo, están impactando a las naciones con el mensaje de Cristo. Sin embargo debemos de recordar algo de suma importancia.
Si bien agradecemos a Dios por la excelencia y el impacto de los ministerios, es importante que todos reflexionemos en algo: El ministerio familiar es nuestro llamado más importante. Al mismo tiempo, hemos visto como detrás de grandes ministerios hay familias que han resentido el descuido de los responsables del hogar. De alguna manera viene una tranquilidad a nuestra conciencia porque «estamos sirviendo al Señor», hasta que tiempo después, nos damos cuenta del severo daño que la propia dinámica ministerial ha causado en los hijos y en la pareja.
Edificar el altar familiar… sin juzgar el de otros
El apóstol Pablo enseña que «…si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5:8 RVR1960). El contexto de este pasaje habla de la provisión económica, pero como padres, somos responsables también de proveer no sólo lo físico, sino también lo espiritual. Si ponemos mucho empeño en levantar altares en nuestras congregaciones, ocupémonos también de edificar nuestro altar familiar. Seamos cautelosos en juzgar la realidad familiar de otros pastores y siervos de Dios. No conocemos todas las circunstancias que provocaron los acontecimientos. Oremos por ellos, y sobre todo, consideremos esto como una exhortación personal, un llamado a analizar nuestra dinámica familiar y el aprecio que tenemos por este ministerio fundamental.
Que el Señor nos conceda ver a nuestras familias a la luz de la eternidad. Que el evangelio sea predicado en nuestros hogares, para hacer de nuestros hijos fieles discípulos de Cristo que lleven el mensaje de esperanza de generación en generación. Busca la excelencia ministerial, pero nunca a expensas de algo tan valioso como tu familia.
«… Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor» (Josué 24:15 NVI).
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