Recuerdo cuando un joven me preguntó lo siguiente: «¿Si estoy luchando en contra del pecado quiere decir que no tengo a Dios en mi vida?» Le respondí: «¡Todo lo contrario! Si tienes la capacidad de hacerle frente al pecado es porque Dios te ha impartido vida espiritual». Ahora puedes correr en la dirección opuesta a aquello que va en contra de la voluntad de Dios. Antes no luchábamos, estábamos de acuerdo con el pecado. Bueno, más que una alianza, era una esclavitud, un engaño que nos mantenía en una completa obstinación. Quizás la pregunta del joven nace de la inconformidad por todavía experimentar caídas que nos hacen sentir alejados de Dios.
Obviamente se espera que conforme vamos creciendo en Cristo, las victorias en contra del pecado deben de ser proporcionalmente mayores. Sin embargo, hay varias cosas que tenemos que saber acerca de nuestra lucha en contra del pecado.
La dependencia de su gracia
Las temporadas más frustrantes e inefectivas de mi vida fueron aquellas en las que me encontré luchando en contra de malos hábitos y tentaciones con mis propias fuerzas. Es imposible ganar por nosotros mismos nuestra libertad y justificación. La batalla contra el pecado se convierte en un recordatorio de lo dependientes que somos de la gracia de Dios. Es ahí donde nace la esperanza. Romanos 8:13 (NVI) enseña que: «…si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán». Nota que el énfasis de la victoria está en el «por medio del Espíritu». A medida que crezcas en dependencia de la gracia de Dios, experimentarás mayores victorias sobre aquellas áreas de debilidad. Recuerda que Jesús dijo: «…separados de mí no pueden ustedes hacer nada» (Juan 15:5 NVI).
Somos receptores de un amor incondicional
Cuando caemos en pecado es inevitable sentirnos mal. De cierto modo esto es algo bueno, ya que refleja nuestro deseo de agradar a Dios, sin embargo, no podemos perder de vista el amor incondicional que recibimos cuando Dios nos hizo parte de su familia. Si estamos en Cristo, cuando pecamos, ¡nuestra posición como hijos de Dios no cambia! Recuerda las palabras del apóstol Juan: «Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo» (1 Juan 2:1 NVI). Nuestra lucha en contra del pecado nos recuerda que somos receptores de un amor incondicional.
Recuerda que no hay nada que te pueda separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús (lee Romanos 8:35). Entender esto quitará un peso sobre tu vida que te ayudará a correr la carrera de la fe con mayor éxito y determinación.
¡Gracias Jesús, por tu amor y ayuda incondicional!
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