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¡Háblame!

Hoy en día es tristemente cada vez más común escuchar de personas que atraviesan o atravesaron períodos de depresión —amigos, familia, e incluso celebridades— sin que quienes no hemos padecido esa enfermedad podamos comprender a cabalidad lo que significa y lo que conlleva para la persona afectada y para la gente que la ama y la rodea.

El siguiente caso nos habla de un corazón atrapado en la depresión, que en un momento muy oscuro de su vida decidió voltear hacia Dios y pedirle sin ningún protocolo que le hablara en ese mismo momento. Le llamaremos Marcela. Esto fue lo que ella experimentó.

El año pasado fue muy difícil para mí porque comenzó un capítulo de depresión, soledad y mucho dolor en mi vida. En un momento muy desesperante, tomé la Biblia y dije: «Dios, ¡háblame! Háblame desde tu Palabra, porque estoy desesperada».

La Biblia se abrió en Salmos (porque la abrí justo en la mitad, obviamente, como hacemos siempre que queremos que Dios nos hable, no sé por qué…). Dios, paciente y amoroso conmigo —porque ni mi desesperación ni mis demandas le quitarán eso— me llevó a un versículo que he conocido por mucho tiempo, diría que casi toda mi vida, y que siempre me ha gustado mucho.

Se trataba del Salmo 139:7, que en la versión de la Biblia más conocida por mí —Reina Valera 1960— dice: «¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás». Otra versión dice: «…si desciendo a la tumba, allí estás tú» (NTV). Ciertamente, no hay forma de escaparse.

Es día realmente estaba muy desesperada. Es muy difícil explicarlo si nunca te ha pasado. La depresión, más que tristeza (como muchos piensan), conlleva desánimo, carencia de fuerzas… de propósito, lo cual muchas veces desencadena ataques de pánico o ansiedad. En ese momento  tenía mi guitarra conmigo porque me encanta tocar. La música estaba siendo un vehículo para expresar mi desesperación. Yo lloraba, creaba música, oraba… y en ese momento, tal como se lo pedí, Dios habló. Dios me habló.

Dios me dio este versículo, que se convertiría más tarde en una canción. Lo importante es que Dios habló a mi vida a través de ese versículo; en un momento tan sensible para mí, fue tan obvio cómo Dios —tan grande y poderoso— se interesó tanto en alguien como yo, una persona pecadora, insegura de mí misma y de lo que Dios tenía para mí… Me animó demasiado poder convertir todo eso en una canción que luego pude compartir con otros.

Mi testimonio es que cuando yo estaba angustiosamente buscando un propósito para mi vida,  desesperada y con pensamientos de suicidio, Dios llegó y con su suave voz me dijo: «Te amo. Tengo pensamientos de bien para ti. Yo te persigo; yo morí por ti. Ya te di propósito, tienes vida eterna…». Todo eso trajo mucha esperanza para mi vida, para la cual yo no encontraba hasta ese momento razón o motivación alguna. Pero Dios me habló. Para él soy alguien digno de atención.

Me encanta pensar que ante Dios no valen discursos ni protocolos. «Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Salmos 51:17). Así de claro. Así de fuerte, como Marcela lo experimentó.

Me gusta el que Marcela haya llamado a eso un «un capítulo de depresión», porque todos los capítulos terminan. E inicia uno nuevo. En su caso, uno de esperanza y propósito.

Mi oración es que si tú estás atravesando depresión, falta de sentido o propósito, desesperación o angustia, puedas zambullirte en la Palabra de Dios y hallar agua viva que satisfaga tu sed y te dé esperanza. No estoy diciendo que descartes el uso de asistencia profesional. Pero, por favor, si te sientes en el fondo, considera el consejo de Dios en tu camino a la superficie.

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