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«Déjanos entender tu amor por los que no te conocen»

Harvey, Irma y José, estuvieron en boca de todos hace menos de dos años. Estos huracanes, así como los terremotos ocurridos en México y Japón, y los otros tantos desastres de los que nos enteramos constantemente por las noticias e Internet —tsunamis, incendios masivos, erupción de volcanes— nos ponen a pensar seriamente. A algunos, acerca de la gravedad del calentamiento global, a otros, sobre lo cerca de está la segunda venida de Jesús. Pero, ¿qué tan personalmente estamos dispuestos a tomarnos estos acontecimientos? 

Cualquiera que sea la explicación de estos fenómenos, nos abren los ojos ante una realidad que no podemos ignorar: necesitamos que Dios nos revele su amor por aquellos que aún no lo conocen. 

Lo realmente importante

No te ofendas, seguramente tú has orado para que se detengan las lluvias, la tierra no se mueva y, en medio del temor, las personas se encuentren con el único que puede librarlos de él de una vez y para siempre: Dios. Las oraciones han sido respondidas y los huracanes, aunque destructores, no han sido tan devastadores como se esperaba. Sin embargo, este tipo de hechos nos hacen pensar qué es realmente importante. El número de muertos a raíz de un huracán en el Caribe o un incendio en California, o reportes acerca del número de desaparecidos por un tsunami o terremoto en Asia.

Tal vez no nos tomamos el asunto de las víctimas como algo personal porque ninguno de ellos era nuestro hermano de sangre o nuestros padres biológicos. Pero, ¿cuáles son los sentimientos de Dios por aquellos que pasarán la eternidad lejos de él? No podemos olvidar que el amor del Señor no es un privilegio exclusivo para nosotros los creyentes. Juan 3:16 lo confirma: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».

El mito del club privado

Dios ama al mundo. Sí, incluso a aquellos a los que nosotros miramos con sospecha por indecisos o pecadores, los ama. Quiero ilustrar la forma en que a veces tomamos el cristianismo con esta historia: Mi hermana y yo hicimos un viaje por Europa hace un par de años. Llegamos de Francia a Italia en un tren nocturno, ¡puedes imaginar cómo estaba nuestro semblante!

En la terminal de trenes en Roma, hermosa ciudad, necesitábamos información acerca de algunos pasajes que habíamos comprado por Internet para el resto de nuestro recorrido. No importa qué tan avanzada esté la tecnología, siempre es mejor hablar con humanos, así sea en un idioma que entiendes a medias, que con una máquina. 

En la estación encontramos una elegante oficina de la compañía de trenes, pero no tenía puertas solo ventanales de vidrio, de esos que no te dejan mirar hacia adentro. Descubrimos que la única manera de entrar era por medio de una puerta eléctrica que se habría cada vez que un elegante ejecutivo salía. Tomamos nuestras maletas «mochileras» y nos preparamos, cuando otro hombre vestido de traje salió, dimos un salto y estuvimos adentro. Inmediatamente se dirigió a nosotros una hermosa señorita que nos preguntó, en italiano y con una sonrisa fingida: «¿Qué hacen aquí?». 

Le explicamos acerca de nuestra necesidad de información pero no tardamos en darnos cuenta de que estábamos en un club de viajeros VIP. De la misma manera en que entramos, salimos, y con la elegancia propia de una mujer europea, nos explicó que no encontraríamos allí lo que buscábamos. 

No hay resentimientos en contra de la compañía de trenes, al contrario, nos dieron una historia para contar. El hecho es que a veces nos tomamos así el cristianismo, creemos que somos parte de un club privado cuyos beneficios son sólo para los que tenemos la membresía y los que no aceptan nuestro mensaje «son los que se lo pierden». 

Prepárate y actúa

Así que la invitación de hoy es a hacer una oración arriesgada pero interesante: pídele a Dios que te revele sus sentimientos acerca de las personas que mueren sin conocerle, que pasarán la eternidad lejos de él. Después de eso, prepárate para compartir el dolor con Dios, y de alguna manera, ayudarle a aliviar ese dolor predicando las buenas nuevas y haciendo lo que fuiste llamado a hacer. 

«Queridos amigos, no se sorprendan de las pruebas de fuego por las que están atravesando, como si algo extraño les sucediera. En cambio, alégrense mucho, porque estas pruebas los hacen ser partícipes con Cristo de su sufrimiento, para que tengan la inmensa alegría de ver su gloria cuando sea revelada a todo el mundo». 1 Pedro 4:12,13 (NTV).

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