Un pesebre para nacer
Divino y humano, dos palabras opuestas por su naturaleza. Quizá por esa razón, a veces queremos limitar el acercamiento a Dios a lugares donde su presencia se manifieste en la majestuosidad del espacio, la arquitectura o los costosos materiales que lo adornan. Tenemos que reconocer que nos encanta volver complicado lo que Dios hizo simple, pues olvidamos que entre el cielo y el suelo nació alguien que nos muestra el corazón del hombre, con todo y sus contradicciones, deseos, sueños y limitaciones, como ese espacio donde él quiere habitar.
Ese deseo de Dios se hizo evidente la noche del nacimiento de Jesús. El rey de reyes nació en un pesebre rodeado de lo mínimo necesario, vino al mundo como cualquiera de nosotros, desprovisto de todo lo material, porque lo importante no era dónde ni cómo había nacido sino para qué. Jesús tenía que nacer allí, alejado de la gloria terrenal para mostrarnos que solo él puede convertir lo ordinario en extraordinario, lo humilde en glorioso y lo humano en divino.
La busqueda
La noche del alumbramiento de Jesús, José y María buscaron un lugar en donde su hijo pudiera nacer. Tocaron las puertas de las casas de Belén, pero ninguna se abrió para darle un espacio al hijo de Dios. Fue perseguido, rechazado y en el momento de su muerte insultado y asesinado, sin embargo, la Biblia dice que nunca pecó (Hebreos 4:15).
Así, Jesús primero se hizo como nosotros para mostrarnos que nosotros podemos ser como él. Quitó la distancia que nos alejaba de lo divino, aquella que nos separaba de Dios. Nos mostró que siendo hombre se puede ser santo, que para ser rey primero hay que ser siervo y que lo único que necesitamos para que él habite en nosotros es tener una fe tan sencilla y humilde como un pesebre.
El propósito.
Celebramos el nacimiento de Jesús porque nos recuerda que ya no hay separación entre la divinidad de Dios y nuestra humanidad. Festejamos que Dios dio el primer paso para acercarse a nosotros cuando nos creíamos muy imperfectos para recibirlo o demasiado buenos para necesitarlo.
Somos humanos y seguiremos siéndolo, pero nuestra condición ha sido reivindicada pues ahora sabemos que no es a pesar de nuestro pecado que podemos acercarnos a Dios sino a causa de este que necesitamos hacerlo para no seguir separados de él.
Con la humildad de un maestro que se inclina para hablarle a un niño mientras lo mira a los ojos, Jesús tomó nuestra condición terrenal y nos enseñó que la relación que tenemos con él no está limitada a un espacio rodeado de perfección y mucho menos a que le abramos la puerta de nuestra vida cuando las condiciones sean ideales.
Jesús no mira el estado del terreno en el cual quiere nacer, tampoco es selectivo en cuanto al tipo de persona con quien se quiere relacionar. Dios escogió un pesebre porque quería decirnos que allí todos somos bienvenidos. Que en esta Navidad tu corazón sea tan humilde y acogedor como un pesebre donde el Salvador pueda habitar, no solo en este tiempo, sino cada día del año.
¡Feliz Navidad!
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