¿Alguna vez has hecho algo que no querías hacer? Probablemente te has encontrado en una situación en la que, a pesar de saber qué era lo correcto, deseabas algo diferente y tu deseo fue más fuerte que tu convicción.
Algo así le sucedió al rey David. Él amaba a Dios y conocía lo que estaba bien y lo que no. Sin embargo, su deseo por una mujer lo llevó a pecar con ella. Pero no solo eso, trató de ocultarlo volviendo a pecar, pues cuando se supo que la mujer estaba embarazada, mandó matar a su esposo y se casó con ella.
En aquella oportunidad, el profeta Natán le preguntó a David qué haría si un hombre rico, que posee muchas ovejas, roba la de un hombre pobre que solo tiene una. El rey David, indignado, contestó que ese hombre merecería un grave castigo. No imaginó la respuesta de Natán, pues el profeta le dijo que eso mismo había hecho él con aquel hombre y su esposa.
El pecado que habita en mí
Gálatas 5:16 nos invita a vivir por el Espíritu para no satisfacer los deseos de la carne. Nuestro interior siempre está en guerra pues la santidad es un proceso de santificación y perfeccionamiento. Es por eso que, a pesar de que David amaba a Dios, pecó de manera deliberada.
Aun así, sabemos que siempre hay perdón para aquellos que se arrepienten. Tras su encuentro con Natán, David escribió el Salmo 51, en el que reconoce su pecado y pide la compasión de Dios. En este Salmo, David afirma que Dios no desprecia a aquellos que se presentan delante de él con un corazón humillado y quebrantado.
Aprendiendo de nuestros errores
Recientemente escuché una plática acerca de cómo siempre nos condenamos cuando nos equivocamos. Desde pequeños nos enseñan a buscar la perfección y a evitar el error, a esconderlo o incluso negarlo. La mujer que daba esta conferencia decía que ella vivió una experiencia muy distinta en su casa y que eso la había ayudado en su caminar personal y profesional.
Ella contaba que, cuando era pequeña y llegaba a casa, su padre le preguntaba: «¿En qué fallaste hoy?». En seguida la elogiaba por lo que había aprendido gracias a esos errores. No estoy sugiriendo que ocultemos ni mucho menos que celebremos nuestro pecado, pero sí que reflexionemos en lo que podemos aprender de ellos, y después de levantarnos de nuestro lamento, nos acerquemos a Dios con un corazón humilde y quebrantado para ser sanados.
Cuando peques, no te quedes pensando en cosas como «Siempre voy a ser así», «¿Para qué lo intento?» o «¡Nunca hago nada bien!». Por el contrario, levántate, acércate a Dios, confiesa tu pecado y sigue adelante en tu relación con él, tal como lo hizo el rey David.
Después de haber pecado, Dios le advirtió a David que vendría una consecuencia y que el niño que tendría la mujer con la que se unió, moriría. David pasó mucho tiempo orando por él y clamando a Dios. Cuando él niño murió, entendió que el pecado tiene consecuencias, y que ya no le quedaba más que levantarse y seguir adelante. Después de entender esto, se bañó, se puso ropa limpia y comió.
La gente le preguntaba a David por qué cuando el niño vivía, él lloraba y ahora que estaba muerto ya no lo hacía. David les hizo ver que cuando pensaba que había algo más por hacer, él clamaba a Dios. Pero una vez sucedió lo inevitable, decidió seguir adelante.
Cuando nos caigamos, levantémonos rápidamente y prosigamos en nuestro caminar con Dios. Aprendamos de nuestro pecado, humillémonos frente a él y sigamos adelante.
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