«Si Dios fuera real, ¿por qué existe tanta maldad en la tierra?». Tal vez algún día alguien te hizo esa pregunta . Quienes conocemos a Dios, sabemos y hemos visto como testigos el pecado que habita en el mundo, el cual explica muchas de las cosas que suceden. Sin embargo, en tiempos tan difíciles e inciertos como los que vivimos actualmente, es fácil comenzar a cuestionar el propósito de lo que Dios está haciendo o si es posible soportar lo que llamo «la carga del ser».
Recientemente un amigo compartió en sus redes sociales una cita de una novela que fue una de las raíces del movimiento existencialista. Hay muchas características que definen a este movimiento literario, filosófico y artístico. Dentro de ellas, una de las más representativas es que el mundo es visto como absurdo, no nacemos en él con un propósito, sino que lo vamos creando con base en nuestras experiencias y aprendizajes de vida.
Precisamente de ello trataba la frase que compartió mi amigo, pues decía que los humanos no tenemos una meta y que el saberlo es muy liberador, pues te da la oportunidad de vivir una vida tranquila, sin la presión de llegar a algún lugar. Por un lado, la frase tiene razón, pues ir por la vida sin un llamado, solamente disfrutándola o viviéndola, sería mucho más sencillo. Pero, por otro lado, es una manera muy peligrosa de ver las cosas, pues la Palabra nos enseña justo lo contrario.
La carga
Esta semana me topé con el siguiente pasaje. «Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables» (1 Pedro 5:10, NVI). Eso de sufrir no suena nada atractivo para nadie. Ciertamente el ser humano no quiere venir a esta tierra a sufrir. Sin embargo, así nos llama Dios, pues desea que seamos imitadores de Cristo en este mundo caído. Además, hay un propósito detrás de todo ese sufrimiento. Cuando termine, el Señor nos restaurará, nos hará fuertes, firmes y estables.
Hay una promesa para el final de nuestro sufrimiento. En esta vida no nacemos solamente para ver a dónde nos lleva, arrastrados como por las olas del mar de aquí para allá. Gracias a Dios y a su eterna misericordia que fuimos llamados para mucho más. Aquellos que están en él no deberían ver su vida como algo sin sentido ni sin valor, como el existencialismo lo ve.
Quien está en Dios ha entendido mucho más allá. Es muy probable que en el momento del sufrimiento no comprendamos por qué lo estamos viviendo o a dónde nos quiere llevar el Señor. Pero cuando miramos atrás, podemos ver hasta dónde nos ha traído y todo lo que nos ha enseñado. Por lo tanto, no perdamos la fe ante las adversidades.
Lo que la hace soportable
Una vez, mientras Juan el Bautista se encontraba bautizando gente, le preguntaron por qué había alguien más bautizando también del otro lado del Jordán, refiriéndose a Jesús. Juan les recordó que él nunca había declarado ser el Mesías, sino que afirmaba constantemente que venía otro después de él y mayor que él. Juan les explicó que este hombre venía del cielo y que por lo tanto, estaba por encima de todos. Por el contrario, quien es terrenal, conoce y habla de las cosas terrenales.
Esto lo vemos en el caso de esta corriente filosófica de la que hablamos. El hombre pensando en cosas terrenales, sin la ayuda de Dios, solamente puede llegar a una conclusión así. Que no hay propósito, que no hay esencia que preceda la existencia del ser humano. No hay explicación alguna para lo que hacemos aquí.
Pero, Jesús ha venido a darnos un mensaje diferente. Uno que proviene del cielo, que es aprobado por Dios: «El Padre ama al Hijo, y ha puesto todo en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios» (Juan 3:35-36, NVI). En medio de tiempos difíciles seamos entendidos de la verdad que sobrepasa todas las épocas y sus pensamientos humanistas. Quien cree en el Hijo tiene vida eterna, ha hallado propósito y fin para su vida, y puede soportar cada carga que enfrente mientras viva sobre la tierra.
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