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La verdadera riqueza (o lo que aprendí de Job y de mis pruebas)

Nunca creí encontrarme donde me encuentro ahora. Todo comenzó hace poco menos de un año. Me encontraba en medio de los preparativos de mi boda cuando de pronto mi mamá fue diagnosticada con una severa enfermedad. Los días después de su diagnóstico pasaron increíblemente rápido. Tan solo unos meses después, Dios la llamó a su presencia. Habían transcurrido apenas seis meses cuando mi papá la alcanzó, y así fue como mis hermanos y yo nos quedamos sin padres a nuestros veintitantos.

Como cristiana, tengo la certeza de que mis papás están gozando de la presencia del Señor y se encuentran viviendo el cumplimiento de una promesa que yo misma espero disfrutar algún día. Y a pesar de que me da mucha alegría saber que están con el Señor, debo admitirlo: jamás había experimentado un dolor tan grande. Nunca creí que a esta edad su falta de consejo, aprobación y compañía me hicieran sentir tan vulnerable.

La historia de Job

En medio del proceso de duelo, muchas personas se acercaron para mostrarnos su apoyo y ofrecernos palabras de ánimo. Recibimos comentarios bien intencionados como: «Dios los está atravesando por esto porque los usará en grandes ministerios», «Creo que están pasando por esta dificultad porque Dios desea prosperarlos» o «Posiblemente alguno de ustedes se convertirá en líder y Dios los está preparando para afrontar los retos que vendrán junto con eso». Incluso, algunas de estas personas utilizaron la historia de Job para compararla con la nuestra e intentar consolarnos: «Me duele lo que están viviendo, pero yo creo que a ustedes les pasará como a Job. A él Dios le quitó todo, pero después se lo multiplicó y recuperó todo lo que había perdido».

Después de escuchar este tipo de comentarios, muchas preguntas venían a mi mente: «¿Y si mi historia no termina como la de Job?», «¿Qué tal si mañana muero y no logro ver ninguna de las “recompensas” de Dios?», «¿Qué si pasan los años y ninguna de las cosas que dicen estas personas se cumplen?”», «¿Sería Dios entonces malo o injusto?”». Por favor, no me malentiendas, mis hermanos y yo recibimos las palabras de estas personas con el gran amor con el que fueron expresadas. Sin embargo, es preciso señalar que todos estos comentarios tenían un enfoque equivocado.

Algunos de nosotros hemos crecido confundidos, creyendo que la resolución del libro de Job la encontramos en los últimos versículos cuando Dios restituye su familia y le multiplica sus posesiones y riquezas. Esto es completamente erróneo. Lo importante de la historia no es lo que Dios hizo con Job después de su terrible sufrimiento, sino lo que Dios le permitió experimentar en medio de él. El gran clímax de la vida de Job se encuentra en Job 42:5, en donde declara estas increíbles palabras: «De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven» (RVR1960).

La verdadera riqueza

La verdadera riqueza de Job fue el ver y conocer a Dios; experimentar su soberanía en medio de sus aflicciones. Claro, no podemos ignorar el hecho de que el libro termina diciéndonos que recuperó sus posesiones, pero esto fue secundario, simplemente un objeto de la gracia de Dios en su vida, en ningún momento fue el objetivo de la historia, ni el final feliz al que Job debía aspirar. La Biblia no nos describe cómo fue el día en el que Job murió, pero puedo decir con certeza que al igual que todo ser humano al morir, su cuerpo se desprendió de todo bien material y «perdió» nuevamente todas sus posesiones, pero aquella riqueza que experimentó en medio de su sufrimiento le pertenecerá por toda la eternidad: Jesús mismo.

Si buscamos soportar la prueba pensando que Dios nos recompensará con grandes ministerios, posiciones de liderazgo, con un carácter firme o con cualquier otro tipo de bien material, viviremos engañados, frustrados y decepcionados. Peor que eso, nos perderemos de la única y verdadera riqueza: conocer a Dios. Jesús es el verdadero premio que podemos gozar desde ahora, no solo en la eternidad. No es algo que merezcamos por haber soportado la prueba, sino que es un regalo de la gracia inmerecida que nos fue dado por amor.

Nuestra mayor necesidad

El caminar con Cristo no nos garantiza una vida sin pruebas. Con frecuencia olvidamos quienes somos y la condición que teníamos delante de Dios. Empezamos a sentirnos merecedores de lo que tenemos y aun a exigir más cosas. Sin embargo, recordemos que nuestra mayor necesidad y problema (nuestra condición espiritual) ya fue resuelta gracias a la muerte de Cristo en la cruz, el parteaguas de nuestro destino eterno. Tener esto en mente en medio de las pruebas nos llenará de esperanza. «En gran manera me gozaré en el Señor, mi alma se regocijará en mi Dios; porque Él me ha vestido de ropas de salvación, me ha envuelto en manto de justicia como el novio se engalana con una corona, como la novia se adorna con sus joyas» (Isaías 61:10, RVR1960). Sin duda, leer versículos como el anterior reafirman mi fe en tiempos como este.

Si hoy te encuentras pasando por cualquier valle de oscuridad y estás tratando de encontrar consuelo o buscas tu esperanza en temporadas futuras de mayor calma; o inclusive si por el contrario, tienes tus ojos atrapados en el pasado cuando todo estaba mejor, o en el presente aterrador que atraviesas, hoy quiero animarte a volver a poner tus ojos en Jesús. Haz de él tu refugio, tu sostén, tu acompañante, tu mejor amigo, tu provisión y tu ánimo. Él es tu roca firme, tu socorro seguro y tu pronto auxilio, tu verdadera riqueza. Te aseguro que no encontrarás en esta tierra mayor recompensa que esta.

«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladronas minan y hurtan; mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan: porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón» (Mateo 6:18-21, RVR1960).

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