«Ya todo salió mal, ¿qué más podría pasar?». Hay días en los que parece que todo sucede al mismo tiempo. Quizás no sonó tu despertador en la mañana, al salir de casa olvidaste tu café en la mesa, en el trabajo cometiste algún error cuya solución te tomará horas y justo cuando estás haciéndote esta pregunta, pensando que ya no hay nada más que pueda salir mal, te das cuenta de que se «cayó» la conexión a Internet y perdiste la información en la que estabas trabajando.
Aunque no hayas estado en alguna situación exactamente igual, sabrás de lo que estoy hablando. Todos hemos tenido momentos en los que hemos estado a punto de tirar la toalla, aunque sea solo por un día, al ver que nada nos sale bien. Todos hemos tenido un mal día.
Hace poco me encontré en una situación similar y escuché un consejo que me hizo reflexionar mucho. En pocas palabras, este consejo era una invitación a practicar la fe en los días malos y concentrarnos en la esperanza de que todo lo que nos sucede es temporal, y aún aguardamos lo que es eterno.
¡Qué pesimista!
Es probable que estés familiarizado con a ley de Murphy, ese concepto que establece que todo lo que puede salir mal, irá mal. Si estás untando tu pan y se te cae, seguramente caerá con la parte que tiene mantequilla hacia el suelo; si metes tus calcetines a la secadora, seguro que el par saldrá incompleto; si estás haciendo fila, seguramente la otra avanzará más rápido; o si cargas un paraguas, lo más probable es que no llueva.
Aunque ciertamente todos hemos estado frente a escenarios así de frustrantes, probablemente sería demasiado pesimista decir que todo saldrá mal, así como esta ley propone. Frente a días y momentos en los que creemos que así será, es importante recordar dos cosas:
- En primer lugar, Jesús nos prometió que en este mundo tendríamos aflicción, así que cuando experimentamos problemas o situaciones difíciles, desde las más cotidianas hasta las más complejas, no deberíamos sorprendernos. Además, esa misma promesa nos dice que confiemos porque él ha vencido al mundo.
- En segundo lugar, cuando nos enfrentemos a situaciones en las que creamos que ya no podemos más, recordemos esa otra promesa de 1 Corintios 10:13, que nunca seremos tentados más allá de lo que podemos soportar y cada situación traerá consigo una salida.
Un pesimista esperanzado
Entonces, a pesar de que en este mundo podemos esperar la aflicción, no debemos olvidar esto, que Jesús ha vencido y que no nos dará más allá de lo que podemos sobrellevar. Además, tenemos una meta final a la cual aspirar, un lugar en el que ya no tendremos problemas y en el que veremos a Cristo cara a cara.
Fíjate lo que escribe Pablo a Tito: «En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras guardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien» (Tito 2:11-14, NVI). La gracia de Dios nos enseña a vivir como debemos, esforzándonos mientras esperamos la venida de nuestro Salvador.
Cada vez que te enfrentes con un obstáculo, considéralo a la luz de la tan grande esperanza que tienes delante. Aunque en un día difícil te encuentres siendo un pesimista que como Murphy espera lo peor de todo, transforma tu perspectiva y recibe cada dificultad con gozo porque sabes quién eres, quien te está purificando en cada prueba y hacia dónde vas, según la esperanza que tienes en Jesucristo.
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