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Necesitamos volver a la fuente

En mi ciudad hay una montaña a la que puedes subir andando por diferentes veredas. Como es un parque nacional, la institución a cargo ha implementado bebederos a lo largo del camino. Están en lugares específicos. Los que conocemos el trayecto sabemos cuáles son y esperamos con ansia llegar a la fuente para rellenar nuestras cantimploras o beber directamente de ella.

En la vida espiritual, hay dos tipos de fuentes de las cuales podemos beber: La fuente del agua que no sacia, provista por el mundo, y que hará que volvamos a tener sed, o la fuente de agua viva para vida eterna, que es Jesús, nuestra saciedad completa para siempre.

Somos como fuentes

¿Te has puesto a pensar que nosotros mismos somos como fuentes? Puede ser que nunca se te haya ocurrido. Pero no es tan complicado. Nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, de acuerdo a Génesis 1:27. Y Jesús dice: «Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Juan 4:14, RVR1960). Esto significa que depende del agua que bebamos ¡es el agua que vamos a dar de beber!

Para analizar mejor los tipos de agua, recomiendo profundizar también en Santiago 3:11. Este pasaje nos enseña que de una misma fuente no pueden brotar agua dulce y agua amarga. ¿Qué tipo de agua estoy bebiendo, y por consiguiente, dándole de beber a la gente con la que convivo o incluso, a la que sirvo?

Nunca más tendrás sed

Retomando el pasaje de Juan 4:14, quiero entrar en la historia de la mujer samaritana que se encontró con Jesús en el pozo de Jacob, según nos narra el evangelio de Juan, en el capítulo 4:7-42. La samaritana ese día fue al pozo a buscar agua, como era su rutina. No tenía idea de que iba a conocer a Jesús en ese lugar. De hecho, cuando Jesús le dijo: «Dame de beber», (Jn. 4:7), ella reaccionó de inmediato con una actitud de rechazo, porque entre judíos y samaritanos no se relacionaban entre sí.

Pienso que la samaritana no solamente tenía sed natural a causa de la cual había descendido al pozo (a medio día, bajo los ardientes rayos del sol, debo agregar). Creo que la mujer tenía una sed espiritual que hasta ese día no había podido saciar. Cuando se encontró con Jesús ese día, no sintió nada, no sabía quién era, era simplemente un extraño judío. Pero algo sucedió. Jesús comenzó a revelarse a la mujer: «Si conocieras el don de Dios y quien te dice dame de beber, tú le pedirías y él te daría agua viva» a lo que ella respondió: «Dame de esa agua».

No importa dónde

Aquí está la primera muestra de la sed espiritual de la samaritana. A partir de ese momento, sus ojos comienzan a abrirse, comienza a revelársele la persona del Mesías. Seguidamente, Jesús la confronta con su situación (Juan 4:16-18) y ella lo reconoce como profeta (Jn. 4:19). Automáticamente le hace la pregunta, que, a mi criterio, ella se hacía desde mucho tiempo atrás y que era otra muestra de su sed espiritual por la verdad: «¿Dónde es correcto adorar?» (v. 20), a lo que Jesús respondió que había llegado el tiempo en que los verdaderos adoradores adorarían al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que el Padre busca. Ya no importa donde, sino cómo.

Deja el cántaro

Desde mi perspectiva, ese día Jesús fue a Samaria a buscarla, porque ella era una adoradora que el Padre estaba buscando. Luego de esto, Jesús se presenta como el Mesías que ella dijo estar esperando. ¿La respuesta de la mujer? Dejó su cántaro en el pozo —el agua corriente que había ido a buscar originalmente— y volvió corriendo a la aldea a contarle a todos lo que había sucedido: había conocido al Mesías y su sed había sido saciada para siempre. Dice la Biblia que, en esos días, muchos samaritanos creyeron en Jesús por el testimonio de esta mujer. Una fuente que llevo a otros el agua viva que acababa de beber.

Necesitamos volver a la fuente —Cristo mismo—, conectarnos a él y beber de su agua cada día; esa agua que nos sana, nos limpia, nos purifica, nos edifica, nos da estrategias, nos guía a toda verdad y justicia, nos enseña a vivir cada día conforme su hermosa y perfecta voluntad. Y la maravillosa consecuencia de acudir a él cada día es que se nos revela tal cual es él, y todo lo que hagamos será de testimonio para muchos.

La samaritana dejó su cántaro al lado del pozo. Eso para mí representa rendir y entregar todo por algo que vale mucho más. Jesús hizo de ella un cántaro y depositó su agua viva en él. Ella adoró en ese momento sin darse cuenta y permitió que el reino de los cielos se estableciera en su vida. Y no solo sació su sed, sino que se convirtió en una fuente de agua para otros.

Hagamos como la samaritana: dejemos el cántaro que usábamos en el pozo, porque Jesús hará de nosotros un cántaro lleno de agua que salte para vida eterna.

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