Es cierto que a nadie nos gusta tener problemas ni meternos en ellos. Mucho menos en los que parecen ajenos. Los conflictos consumen un alto porcentaje de nuestro pensamiento diario y provocan que el tiempo se nos «escurra» en ello; nos quitan energías y a veces hasta nos provocan enfermedades. En la salud integral, los expertos dicen que «el estómago grita lo que la boca calla», y en muchas ocasiones esto es verdad: «Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día» (Salmos 32:2-3, RVR1960).
Si no estamos dispuestos a resolver el conflicto, éste nos ira consumiendo y se verá reflejado en nuestra salud emocional y física. El título que usa la versión Reina-Valera para el salmo antes mencionado es: «La dicha del perdón». Al referirse a la bendición que tenemos al ser perdonados por Dios, David está diciendo que mientras callaba su pecado, él se iba consumiendo; pero esto también puede ser aplicado a la dicha y bendición que existe en perdonar a los demás. Mientras eludamos el conflicto, estaremos pecando.
¿Qué tanta importancia le da Jesús a la resolución de problemas?
«Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (Mateo 5:23-24, RVR1960). Este versículo del evangelio de Mateo nos lo dice todo. Sin resolución de conflicto y perdón, es básicamente imposible adorar. Jesús no está enseñando que el conflicto es más importante que la adoración, está diciendo que el conflicto te impide adorar correctamente. Resuelve primero el problema con tu hermano de una manera bíblica, primero a solas y si lo resuelven, has ganado a un hermano, si no, hazlo con un testigo, si aun no se resuelve, entonces delante de la congregación.
Ser pacificador no es sinónimo de «ignorar el conflicto»
«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9, RVR1960). Este versículo ha sido en gran manera malinterpretado. La gente en las iglesias cree que eludir los conflictos es la manera correcta de hacer la paz, y esto provoca totalmente lo contrario. Al no resolverlos y hacernos «de la vista gorda» —como decimos coloquialmente en México—, estamos haciendo un daño grave a nuestro hermano y a la iglesia. Básicamente, estamos diciendo a la persona con la que tenemos el conflicto que no nos interesa llegar a una reconciliación, que podemos superarlo cada uno por su lado y «pasar por alto la ofensa». Pasar por alto la ofensa es definitivamente algo que debemos hacer, pero no nos quita la responsabilidad de resolver el conflicto, pedir perdón o ser perdonados. Aun cuando no hayamos obtenido una buena resolución, debemos dejar pasar la ofensa y amar.
En conclusión, ser un pacificador no es sinónimo de eludir los conflictos. Ser pacificador es intentar resolverlos como lo enseñó Pablo a los efesios, en verdad y amor, llenos del fruto del Espíritu Santo, y con la humildad y mansedumbre que caracterizó a Jesús.
Resuelve los conflictos, sé libre de ellos, perdona y ama como Cristo quiere que lo hagas. En él encontrarás el mejor ejemplo y la mejor manera para lograrlo. ¡Sé valiente!
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