Una de las creencias fundamentales de nuestra fe es que afirmamos la personalidad y divinidad del Espíritu Santo; esto quiere decir que él es la tercera persona de la Trinidad, y es plenamente Dios, igual en dignidad que el Padre y que el Hijo. La apologética cristiana ha hecho grandes esfuerzos desde tiempos antiguos hasta la época moderna, enfrentando a aquellos que niegan la divinidad del Espíritu Santo, incluso reduciéndolo a una «fuerza impersonal» de Dios.
Esta entrada abordará algunas de las evidencias bíblicas que afirman esta doctrina, brindándonos herramientas para poder dar respuestas en amor a aquellos que se oponen, o quizás están confundidos en torno a la persona del Espíritu Santo.
Mentirle al Espíritu Santo es mentirle a Dios mismo
Una de las evidencias más claras se encuentra en el siguiente pasaje: «—Ananías —le reclamó Pedro—, ¿cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que le mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte del dinero que recibiste por el terreno? ¿Acaso no era tuyo antes de venderlo? Y una vez vendido, ¿no estaba el dinero en tu poder? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? ¡No has mentido a los hombres, sino a Dios!» (Hechos 5:3-4, NVI). Note cómo Pedro primero le dice a Ananías que ha mentido al Espíritu Santo, para más adelante aclarar que no les ha mentido a los hombres, sino a Dios mismo. Para Pedro, mentirle al Espíritu Santo es mentirle a Dios.
El templo del Espíritu Santo es el templo de Dios
Otra referencia se encuentra en 1 Corintios 3:16 «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (NVI): Pablo enseña que somos templo de Dios, ¿y quién es el que habita dicho templo? Dios, el Espíritu Santo.
Al Espíritu Santo se le llama «Espíritu de Dios» o «Espíritu de Cristo»
Desde el Génesis encontramos referencias en las que se identifica al Espíritu con el Padre: «La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas». (Génesis 1:2, NVI) También, en Romanos 8:9 se le identifica con el Padre y el Hijo al mencionar su propio nombre: «…si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y, si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo». Podríamos mencionar muchos otros pasajes, como la Gran Comisión en Mateo capítulo 28 en donde el Espíritu Santo es colocado al mismo nivel del Padre y el Hijo.
Él es el que consuela, el que conforta, el que glorifica al Hijo y revela la voluntad del Padre. Él nos llena, nos capacita y nos da denuedo. Él es el Espíritu Santo y merece nuestra gloria y alabanza, porque ¡él nuestro Dios! Gloria sea a la Santa Trinidad.
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