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La certeza de ser lo que esperas ser (Parte 2)

«Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10:7)

¿Alguna vez has estado contando a alguien algo emocionante que te sucedió, para darte cuenta —demasiado tarde porque ya contaste toda la historia— que tenía los audífonos puestos y no escuchó ni media palabra de lo que dijiste? ¡Por eso no reaccionaba con la misma emoción, ni parecía importarle! Una vez que entiende que es a él o ella a quien estás hablando, seguro se dispondrá a escuchar.

De igual manera, de no ser por la gran paciencia y amor de Dios, me imagino lo frustrante que sería para él vernos vivir sin escuchar sus consejos. Escucharlo a él es vital para renovar nuestra mente.

Para pasar de lo que eres a creer que puedes ser lo que esperas ser, es necesario que oigas la palabra de Dios con tus «oídos espirituales». ¿Cómo alcanzamos a «escuchar» de esa manera? Hay tres palabras griegas que se aplican a la Biblia y que nos ayudarán a entender el concepto de «escuchar» la voz de Dios a través de las Escrituras:

1. Graphos. Hace referencia a la palabra escrita con tinta en papel.

2. Logos. Es el compendio explicativo de los libros de la Biblia (desde Génesis hasta Apocalipsis). El propósito divino, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

3. Remma. Es la palabra que se hace viva en tu corazón; una palabra particular para una situación muy específica.

Puedes leer el graphos las veces que quieras, pero eso no será suficiente. Tal vez me digas: «¡Ya estoy en el logos!». Te felicito; es bueno que tengas el conocimiento del sacrificio de Jesús en el Calvario; pero no es suficiente. Necesitas escuchar en tu corazón la voz de Jesús que te habla. Cuando logres que tu corazón se apropie del remma, entonces podrás decir: «¡Esta es mi fe!».

¿Y luego?

La segunda etapa, después de haber obtenido tu fe, no será fácil. El diablo se enojará y querrá, a como dé lugar, quitarte la fe que Jesús ha depositado en tu corazón. Por ejemplo: el enemigo se asegurará de no dejarte en paz hasta que no te vistas con los mejores jeans marca equis, o los más ultra modernos tenis marca tal, el auto último modelo o el smartphone más reciente. Tienes que contrarrestarlo poniendo en acción tu fe, a medida que cultivas el don del contentamiento.

«Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:12, 13)

Sobre todo vendrán a ti situaciones inesperadas que traerán dolor en tu corazón. Podríamos hablar de:

• La pérdida de un ser querido.

• Accidentes que pongan en riesgo tu salud o hasta tu vida.

• Cuando sufres el embargo de algún bien familiar.

• El dolor experimentado por el divorcio de los padres.

• El rechazo y la burla de tus compañeros, o hasta de tus «amigos».

No abandones tu fe en esos momentos. Déjate abrazar por el Padre Celestial.

Déjate caer

Recuerdo la historia que contaba un amigo mío, mientras predicaba, para ilustrar esos tiempos difíciles:

Estaba incendiándose una casa. Todos se habían salvado, excepto un niño en el segundo piso. La escalera estaba envuelta en llamas y humo; la ventana era la única salida.

—¡Papá…! ¡Papá…! ¿Cómo voy a escapar? —gritaba el niño.

—¡Aquí estoy!—contestó el padre— ¡Déjate caer; te recibiré en mis brazos! ¡Tírate, Carlitos! Yo te recibiré —insistía el padre.

El pequeño salió a gatas por la ventana, pero allí quedó atrapado por el miedo de saber que el trecho hasta el suelo era muy largo.

—¡Suéltate…! ¡Déjate caer!—gritaba el padre.

—¡No puedo verte, papá!—dijo el niño, aterrado.

—Pero yo sí te veo, Carlitos. Aquí estoy; ten confianza y suéltate que yo te salvaré— insistía el padre.

—Tengo miedo de caer.

—¡Suéltate! ¡Tírate! —se oían otras voces—. No dudes, tu padre te recibirá.

Acordándose de la fuerza y del amor de su padre, Carlitos recobró la confianza y se dejó caer. A los pocos instantes se halló a salvo en los brazos de su padre.

Otra ilustración que me gusta es la siguiente: Después de un naufragio en una terrible tempestad, un marino pudo llegar a una pequeña roca y escalarla, allí permaneció durante muchas horas. Cuando al fin pudo ser rescatado, un amigo suyo le preguntó: «¿No temblabas de espanto por estar tantas horas en tan precaria situación?». «Sí», contesto el náufrago. «La verdad es que temblaba mucho; ¡pero la roca no! Eso fue lo que me salvó».

Aunque tiembles, mantén tu fe. ¡Estás sobre la Roca!

«Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe». (1 Juan 5:4)

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