El Plan B no existe
Desde antes de la fundación del mundo, Dios sabía que el hombre, al tener la opción, eventualmente tomaría la decisión de desobedecer. También desde el inicio ideó un plan en el que la humanidad pudiera salvarse a pesar de su pecado. Este plan no era un ambiente controlado en el Edén o sacrificios de corderos en el templo; desde el inicio de los tiempos, este plan incluía la entrega del Hijo de Dios para tomar el lugar que el hombre merecía como justicia.
Dios no tuvo que inventar un plan B después de ver que el Edén no funcionó y que el hombre decidió pecar, puesto que nada es sorpresa para él. Dios sabía lo que iba a suceder y estaba seguro que tarde o temprano tendría que ejecutar el plan que había pensado desde el inicio para la salvación del hombre.
Saber esto atribuye un valor especial al sacrificio de Cristo, pues nos recuerda que no fue algo a lo que fue forzado, sino que él mismo decidió dar. Como él mismo lo dijo: «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar» (Juan 10:17-18).
El trago más amargo
Esto no quiere decir que Cristo pensaba que lo que estaba haciendo sería fácil, pues a medida que se acercaba el tiempo, una noche antes de morir, oró en Getsemaní y en tres ocasiones le pidió al Padre que pasara de él ese trago amargo que sería no sólo la muerte, sino el estar separado del Padre, algo que como hombre él nunca había experimentado.
Sin embargo, Jesús sabía que esto era lo único que traería salvación a la humanidad y decidió entregar su vida por nosotros. Pasó el momento más terrible de toda la historia y pudo seguir adelante pensando en lo que vendría después. «Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos» (Isaías 53:10-11). Isaías escribió muchas profecías acerca de Cristo, una de ellas, ésta, en la que nos dice que el Mesías tendría que padecer, pero que verá el linaje y el fruto de su aflicción —todos aquellos que habrían de creer y ser justificados por medio de su sacrificio— y entonces quedará satisfecho a pesar de haber sufrido grandemente.
Ver lo que está adelante
Dice también el libro de Hebreos que pongamos nuestros ojos en el, pues Jesús puso sus ojos en lo eterno, en lo que venía adelante, y no en lo que estaba sufriendo en ese momento. Así, no sólo en la resurrección, sino aún antes de obtenerla, en la actitud que tomó, ya tenía la victoria. «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios» (Hebreos 11:2).
Después de esto, el siguiente verso de Hebreos nos habla de algo muy importante también: «Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar» (Hebreos 12:3). La Biblia nos exhorta en este pasaje a no desmayar cuando pasemos por diversas pruebas, puesto que Jesús pasó la más grande de todas con la actitud correcta, victorioso, con la mirada en lo que venía delante y dispuesto a cumplir el plan que el Padre había establecido desde el inicio de los tiempos. Consideremos este sacrificio cada vez que pasemos una prueba o momento difícil y así no desistiremos, sino que podremos salir adelante, con los ojos puestos en Jesús, sabiendo que él ya lo logró, él venció.
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