Me topé hace poco con una publicación en redes sociales que con el fin de ser cómica decía «Mi yo del 2019 y mi yo de 2022 ni se conocen, son personas tan distintas». A pesar de que no era lo que buscaba provocar la frase, mi reacción fue de asombro y reflexión, pues cuán cierta es.
Al menos en lo personal en estos últimos años me ha tocado vivir un cambio de trabajo y el fallecimiento de seres queridos. Por otro lado, he tenido que presenciar en las noticias una pandemia, guerras, sequías, desastres naturales, violencia y muchas cosas más. Ciertamente parece como si no viviéramos en el mismo mundo en el que vivíamos hace un par de años.
En cuanto respecta a mi familia, estos cambios nos han hecho madurar de maneras inesperadas, practicar nuestra fe de forma acelerada, y sobre todo, esperar en Dios.
Mañana será un nuevo día
Algo que me gustó mucho de este año al reflexionar en el tiempo de Pascua, fue el haber meditado en el siguiente versículo: «Porque solo un instante dura su enojo, pero toda una vida su bondad. Si por la noche hay llanto, por la mañana habrá gritos de alegría» (Salmos 30:5, NVI).
Jesús lo experimentó en carne: un momento en el que cargó con toda la ira de Dios. Solo un momento que tendría un efecto eterno. Que traería gozo en la mañana y para siempre. ¡Él resucitó!
Pensar en esto me animaba a proseguir en mi vida a través de cada dificultad. Hay tantas cosas que nos pueden infundir temor. Las guerras y bombas nucleares, las enfermedades y virus, incluso las armas biológicas. La contaminación, globalización y las agendas políticas que van de acuerdo a los planes del enemigo que vemos por todas partes. Algunos quizás incluso hemos visto la muerte tan cerca que tenemos miedo de ella. La verdad es que hay tanto por qué preocuparnos.
Pero hacerlo es una demostración de que no creemos en que Jesús está al control y en que él triunfará al fin. En el Salmo 49, los hijos de Coré se preguntan por qué han de temer en tiempos de desgracia, o temer de los poderosos, pues nadie tiene para pagar por su propia vida. Y hacen la siguiente reflexión: «Como ovejas, están destinados al sepulcro; hacia allá los conduce la muerte. Sus cuerpos se pudrirán en el sepulcro, lejos de sus mansiones suntuosas. Por la mañana los justos prevalecerán sobre ellos. Pero Dios me rescatará de las garras del sepulcro y con él me llevará» (Salmos 49:14-15, NVI).
En esto creemos, en que la fe que hemos depositado en Cristo nos alejará del sepulcro, sin importar todas las dificultades que pasemos en esta vida. Él nos llevará consigo a su reino.
Una noche en Getsemaní
Te invito esta semana, a pesar de que ya haya pasado el tiempo de Pascua, a seguir meditando en la importancia que tiene la victoria de Cristo en nosotros. En cuánta diferencia ha hecho entre lo que éramos antes y quienes somos ahora en él. Otro recurso que me topé recientemente acerca de este tema es la canción «Getsemaní» de Esperanza de Vida y Marcos Vidal.
Getsemaní es el nombre del lugar en el que Jesús oró la última noche en dolor, pidiendo a Dios que pasara de él la copa que lo esperaba, pero sobre todo, que se hiciera su voluntad. Así como parece que oramos hoy en día frente al mundo del cual somos testigos.
La canción narra la angustia, aflicción y soledad que vivió Jesús en ese momento, lo cual me permitió al escucharla, recordar que Jesús me entiende. Que él también vivió traición, pérdida y tentación. Que conoció el dolor de la muerte pero, ¡ah!, en la mañana, la victoria de la resurrección.
Te invito a escuchar «Getsemaní» y meditar conmigo en que la noche más oscura y el trago más amargo tienen un fin.
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