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¿Cómo te llamas?

Hace tiempo mi esposo y yo visitamos un albergue de animales en situación de calle. Era muy gracioso ver cómo en muchos de los casos, el nombre que las trabajadoras del lugar ponían a los cada uno de los animalitos que llegaban estaba relacionado con algún aspecto muy específico de su personalidad o apariencia. Por ejemplo, conocimos a «Manchitas», «Rayado», «Dormilón» y a «Chocolata». Parecía que estábamos conociendo a los enanitos de Blancanieves. Nuestro favorito fue un perro café, flaco y grandote que se llamaba «Houdini». Al preguntar a la encargada por qué se llamaba así, nos respondió: «Por escapista».

Jesús revela su nombre en el templo

Una vez, durante la fiesta de las enramadas, Jesús comenzó a enseñar en el templo. Al oírlo, muchos se preguntaron de dónde sabría tantas cosas, pues no era un hombre estudiado. Se pusieron a discutir con él ya que las respuestas de Jesús apelaban a que lo que sabía provenía del Padre. Algunos clamaban que Jesús no podía ser el Cristo pues lo conocían. «El Cristo», en cambio —pensaban—, «cuando venga no sabremos de dónde salió».

Jesús les respondió: «¡Con que ustedes me conocen y saben de dónde vengo! No he venido por mi propia cuenta, sino que me envió uno que es digno de confianza. Ustedes no lo conocen, pero yo sí lo conozco porque vengo de parte suya, y él mismo me ha enviado» (Juan 7:28-29, NVI). Siguió enseñándoles esos días acerca de quién era él y les advirtió que si no creían en quien él afirmaba ser, morirían en sus pecados (Juan 8:24, NVI).

Cuando los fariseos escucharon que Jesús afirmaba que quien creyera en él viviría para siempre, se molestaron muchísimo, pues pensaron algo como: «Si hasta Abraham murió, ¡cómo no vamos a morir todos, incluyendo a este hombre!». Verdaderamente no lo conocían. La respuesta de Jesús fue la siguiente: «Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!» (Juan 8:58, NVI).

El nombre de Dios

¿Qué tiene que ver esta historia de Jesús con los nombres de los perritos que visitamos? Esta frase que Jesús les dijo a los fariseos, «Yo soy», es uno de los nombres que identifican a Dios en el Antiguo Testamento. Es una expresión que lo describe completamente, pues cuando él habla no necesita decir nada más. Así se dio a conocer a Moisés y al pueblo de Israel para revelar su poder y su grandeza.

Este nombre, que identificaba perfectamente a Dios y que los judíos conocían muy bien, lo estaba usando ahora Jesús para definirse a sí mismo, al tiempo que declaraba su supremacía sobre Abraham.

Qué manera tan perfecta de Dios de describirse con un nombre al parecer tan sencillo, así como de usar ese mismo nombre para declarar la autoridad y deidad de Jesús. Más adelante en la Biblia, cuando Jesús usa ese nombre con quienes lo buscaban, todos caen ante sus pies.

Un nuevo nombre

Así como sus nombres son muy importantes para Dios y para darse a conocer a los hombres, también son los que pone a las personas a lo largo de las Escrituras. Quienes tenían un encuentro con Dios muchas veces recibían un nombre nuevo. Abram fue llamado Abraham, Jacob fue llamado Israel, Simón fue llamado Pedro.

En Dios, todas las cosas son hechas nuevas. Todo es restaurado y nada se queda igual. Si tu has tenido un encuentro con él, te aseguro que no eres la misma persona que eras antes de conocerlo. Y si aún hay cosas en ti en las que crees que necesitas más del trabajo de Dios en ti, pídele que te ayude en esas áreas, que termine de restaurarte por completo.

¿Sabías que cuando estemos nuevamente con Cristo, también nosotros recibiremos un nombre nuevo? «El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que salga vencedor le daré del maná escondido, y le daré también una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que solo conoce el que lo recibe» (Apocalipsis 2:17, NVI). 

Hay tantas cosas más que nos falta vivir en Dios. Aun desde aquí nos ha dado un nombre nuevo y una identidad nueva, y cuando estemos con él podremos conocer nuestro nuevo nombre y ver su obra terminada. ¡Prosigamos adelante en él!

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