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Dile adiós a la queja (Parte 1)

¿Sabías que en promedio nos quejamos de 15 a 30 veces al día? Esta cifra ha sido confirmada por investigadores en el tema. Son muchas veces, ¿no lo crees? Tal vez parezca exagerado, pero si analizamos nuestro día, nos daremos cuenta de cuán real es esto. Es más, aun adormilados, cuando el día apenas comienza, nos encontramos con las primeras quejas: «¡Qué molesta alarma!, ¡quiero seguir durmiendo!», «¿Por qué pasa tan temprano el camión de la basura?». Luego, ya despiertos, la queja continúa: «¡Está apagado el boiler!», «¿Dónde rayos están mis calcetines favoritos?», «¡Ya no hay leche en el refrigerador!». En fin, la lista podría continuar y eso que solo ha pasado la mañana. Si verdaderamente nos quejamos esta cantidad de veces al día, eso quiere decir que durante las 16 horas en las que estamos despiertos, ¡nos quejamos aproximadamente cada media hora!

Estos ejemplos son quejas comunes, pero no por ser habituales conforman buenos hábitos. Pequeñas quejas como esas nos pueden llevar a una vida de ingratitud e insatisfacción. Y esas pequeñas quejas también nos pueden arrastrar a quejas más grandes.

El corazón detrás de la queja

Encontré a un personaje en la Biblia que expresa su más sentido reclamo por «ciertas injusticias» que percibe: «¿Conservé puro mi corazón en vano? ¿Me mantuve en inocencia sin ninguna razón? En todo el día no consigo más que problemas; cada mañana me trae dolor» (Salmos 73:13-14, NTV). En este salmo, Asaf se queja amargamente sobre la abundancia y «buena» vida de los malos (te recomiendo leer salmo completo). Asaf, apelando a su corazón puro y a su inocencia, reclama por tener una vida de dolor y problemas. ¿Cuántas veces nosotros también hemos pensado que es por nuestras buenas obras que merecemos lo mejor? Incluso la salvación misma. Esto deja expuesta la condición de nuestro corazón, una realidad de egoísmo, vanagloria y autosuficiencia en nuestro interior.

Esta queja de Asaf es más común de lo que creemos. Interioriza y observa cuantas veces te has quejado de forma igual o parecida a la de él. Esto es solo uno de los tantos ejemplos que podemos encontrar en la Biblia de personas que se quejaron. Podemos recordar al pueblo de Israel en el desierto, a Moisés, Jonás y, Jeremías, entre otros.

Las consecuencias de la queja

«Entonces me di cuenta de que mi corazón se llenó de amargura, y yo estaba destrozado por dentro» (Salmos 73:21, NTV). ¡Qué palabras las de Asaf! La dañina queja evoluciona hacia una corrosiva amargura, esa que el salmista describe que lo «destrozó por dentro». La amargura te mantiene en una constante insatisfacción, también paraliza tu progreso en todos los sentidos.

La amargura también representa una amenaza para tus relaciones. En un mundo de malas noticias, a nadie le agrada rodearse de personas que constantemente se están quejando por prácticamente todo lo que sucede a su alrededor. Si eres ese tipo de persona, no te extrañe que, poco a poco, las personas busquen aislarse de ti.

Es tiempo de decirle adiós a la queja. No importa cuan «insignificante» parezca en tu vida, el evangelio nos lleva a tener una actitud de gratitud por todo lo que se nos ha dado en Cristo Jesús. Hay una esperanza para el corazón quejumbroso y en la próxima entrada veremos respuestas que nos ayudarán a despedir este mal hábito de nuestra vida, para trascender y vivir la vida en plenitud.

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