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La iglesia como comunidad sanadora

Una de las parábolas más famosas en la Biblia es la de «El buen samaritano». En esta enseñanza —que se encuentra en Lucas 10:30-37—, Jesús relata la historia de un hombre samaritano, que a diferencia de un levita y un sacerdote (de quienes se esperaba una respuesta más altruista), se detuvo a asistir a un hombre que había quedado medio muerto por el ataque de unos ladrones. Su actitud fue sumamente compasiva: le curó las heridas, lo montó en su cabalgadura y lo llevó a un alojamiento para cuidarlo.

En esta historia podemos identificarnos con ambos protagonistas. En un sentido, somos como el hombre que quedó medio muerto. A causa del pecado, habíamos caído en un «pozo de desesperación», nuestro destino era la muerte, pero Jesús —nuestro buen samaritano— se detuvo y con un amor incomparable sanó nuestras heridas y nos dio esperanza de vida. Pero en otro sentido, esta historia ilustra la actitud que debe caracterizar a los hijos de Dios. La iglesia de Cristo debe ser como ese buen samaritano, que al ver a hombres y mujeres convalecientes a causa de la maldad y el pecado, venda sus heridas y lo cuida durante todo el proceso de restauración.

¿Cuál es el problema? Sin afán de generalizar, el orgullo y el legalismo lamentablemente han alejado a la iglesia de su llamado a ser una comunidad sanadora. Hoy nuestra agenda y nuestros programas pesan más que las necesidades de aquellos que conforman nuestra familia espiritual. Hoy mantener una buena apariencia se ha vuelto más importante que tomarnos la tarea de prepararnos para recibir a «pecadores de mala reputación». La buena noticia es que cada vez que pasamos por un momento de amnesia espiritual, olvidando nuestro llamado a ser como Jesús, contamos con la ayuda del Espíritu Santo, que nos redirige por el rumbo correcto.

Si tenemos un corazón manso y humilde, hoy podemos aprender de esta gran historia que Jesús enseñó, para crecer como una comunidad de creyentes que vendan las heridas de los necesitados, que es un bálsamo para los desesperados y la respuesta de esperanza para los desamparados.

El samaritano estuvo dispuesto a pagar un precio

Este buen hombre no sólo estuvo dispuesto a interrumpir su agenda, también invirtió de sus propios recursos para la restauración del hombre convaleciente. Es imposible convertirnos en una comunidad sanadora si no estamos dispuestos a invertir de nuestro tiempo y nuestros recursos en aquellos que necesitan desesperadamente una respuesta. Hay matrimonios que necesitan ser aconsejados, hay familias que necesitan de nuestra generosidad, hay jóvenes en depresión que necesitan más que las migajas de nuestro tiempo. El discipulado es costoso, Jesús mismo lo enseñó: «Ciertamente les aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero, si muere, produce mucho fruto» (Juan 12:24, NVI).

No olvides la necesidad más crucial del ser humano

Es verdad, la justicia social y la misericordia son parte del llamado de la iglesia de Cristo. En Mateo 25, Jesús enseña que los herederos de la bendición espiritual son los que alimentan al hambriento, dan de beber al sediento, atienden al enfermo, dan hospedaje al forastero, visitan al preso y al pobre proveen de vestido. ¡No podemos considerar las obras caritativas como de poca importancia! Sin embargo, todas estas buenas obras, sirven de muy poco si no atendemos la necesidad más crucial del ser humano: la necesidad de Dios.

No es el alimento físico, no es el refugio, tampoco es el vestido lo que puede traer esperanza de vida eterna a aquellos que han caído a un estado de condenación a causa del pecado. ¡La respuesta es sólo Cristo! La Escritura enseña que «la paga que deja el pecado es la muerte». ¿Qué esperanza hay para aquel que es incapaz de acercarse a un Dios tan santo a causa del pecado? El apóstol Pablo añade: «pero el regalo que Dios da es la vida eterna por medio de Cristo Jesús nuestro Señor». No hay mayor obra de amor y caridad que presentar las Buenas Nuevas de salvación por medio de Jesús —el Verbo hecho carne— que vino a acercarnos al Padre.

Como iglesia, somos llamados a ser una comunidad sanadora, a restaurar matrimonios, a sanar a los afligidos, a proveer a los necesitados, pero sobre todo, a salvar a los pecadores; «recuerden que quien hace volver a un pecador de su extravío lo salvará de la muerte y cubrirá muchísimos pecados» (Santiago 5:20, NVI).

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Comments

  1. Gracias por esta reflexión, que bueno tomarse este tiempo para dejar plasmadas estas líneas escritas que son de gran bendición a todos que podemos leerlas

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