Hasta el día de hoy no he conocido a alguien que disfrute el dolor. No hay nada de malo en evitar el sufrimiento. Nadie en sus cinco sentidos meterá su mano en agua hirviendo, o —hasta en su más mínima expresión— nadie se quedará observando mientras un mosquito le pica en el brazo. Tomamos decisiones todos los días, que de alguna manera, nos lleven a la dirección opuesta del dolor. Sin embargo, debemos estar conscientes que a pesar de nuestros esfuerzos, tarde que temprano, en algún momento llegará. El dolor es una de esas cosas inevitables de la vida.
Existe la falsa noción de que si nos acercamos a Dios, entonces vamos a vivir una vida libre de dolor. Jesús mismo nos dijo que en el mundo tendremos aflicción; la experiencia misma nos ha mostrado a personas piadosas que han enfrentado todo tipo de experiencias dolorosas. El amor de Dios por su pueblo no se mide con base en el nivel de sufrimiento que experimenta. El pastor John Piper bien dijo: «Si el amor de Dios por sus hijos se midiera por nuestra salud, riqueza y comodidad en esta vida, entonces Dios odiaba al apóstol Pablo». Lo que sí es una realidad es que los hijos de Dios vemos el sufrimiento con otros ojos. Nos equipamos con la fe para enfrentarlo porque entendemos que aun en medio del sufrimiento, Dios puede hacer cosas buenas para nuestra vida.
Dios habla en el sufrimiento
«Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón». (Oseas 2:14, RVR1960) Cuando pasamos por el desierto, cuando el calor de las aflicciones se intensifica, nuestro corazón despierta y se hace sensible: ahora es capaz de silenciar las distracciones para escuchar la voz de Dios. C.S. Lewis dijo: «Dios nos susurra en nuestros placeres, habla a nuestra consciencia, pero grita en nuestro dolor: el dolor es su megáfono para despertar a un mundo sordo». Nuestra vulnerabilidad nos lleva a una dependencia de él que resulta en una búsqueda mediante la Palabra y la oración. La noción de la presencia de Dios se vuelve más palpable y real en nuestras vidas. Irónicamente, la peor tragedia puede suceder cuando, al regresar la paz y sentirnos cómodos, nos olvidemos de buscar a Dios así como «el ciervo anhela las corrientes de agua».
Dios moldea en el sufrimiento
«El sufrimiento me hizo bien, porque me enseñó a prestar atención a tus decretos». (Salmos 119:71, NVI) El sufrimiento sin Cristo nos puede cambiar para mal, pero Dios puede utilizar el sufrimiento para moldear la vida y el carácter de aquellos que creen en él. Quizás la mejor y más clara analogía que utiliza la Biblia para explicarlo es la de «el alfarero y el barro» (ref. Jeremías 18). Cuando el alfarero no está conforme con la vasija de barro, éste la rompe para hacerla de nuevo. El proceso de quebrantamiento es doloroso, pero como resultado, la vasija será más útil y hermosa.
Dios consuela en el sufrimiento
«El sana a los quebrantados de corazón, Y venda sus heridas» (Salmos 147:3, RVR1960). Muchas veces, el amor de Dios brilla con más fuerza en medio del sufrimiento. Tenemos a un Dios que nos acompaña, nos sostiene y nos consuela en los tiempos dolorosos. Inclusive, a pesar de que la causa de nuestro quebrantamiento sea nuestro propio pecado, él no desprecia «al corazón quebrantado y arrepentido» (Salmos 51:17, NVI). Rechaza todo pensamiento que te diga que Dios es indiferente a tu sufrimiento. Jesús vino a la tierra a mostrarnos al Padre, y él fue empático al sufrimiento y a las necesidades de las personas.
Dios da esperanza en el sufrimiento
«Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron». (Apocalipsis 21:4, RVR1960). El sufrimiento nos enseña que no fuimos creados para este mundo. El dolor fue introducido a la humanidad a causa del pecado, pero llegará el día en el que Dios restaurará todas las cosas y establecerá el reinado perfecto de su Hijo sobre la tierra. «Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero, si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia» (Romanos 8:24, NVI).
Por último, el dolor que enfrentamos nos recuerda que hubo alguien que enfrentó el peor sufrimiento por amor de nosotros. Jesús fue a la cruz del calvario para que por medio de su sacrificio, seamos librados del sufrimiento eterno, y podamos gozar de la vida eterna en el gozo y el amor del Señor. «Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados» (Isaías 53:4-5, NVI).
Dios obra en el sufrimiento, y mediante el de Cristo, nos entregó el mayor regalo de todos.
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