Jesús enseñó en el Sermón del Monte acerca de diversos temas relevantes para la vida cristiana; sin embargo, existen más versículos dedicados a un tema en particular que a cualquier otro: la oración. El pastor sudafricano del siglo XIX, Andrew Murray, escribe en su libro «Con Cristo en la escuela de oración», que Jesús «…no habló mucho de lo que se necesitaba para predicar bien, pero sí mucho de cómo orar bien. Saber cómo hablar con Dios es más [importante] que saber cómo hablar con el hombre… A Jesús le encanta enseñarnos a orar».
Habiendo dicho esto, dentro del tema de la oración, Jesús quería resaltar algo en particular: ¡la perseverancia! Para denotar la importancia de esto, él hace una ordenanza, luego continúa con una promesa y finaliza con una ilustración que afirma tanto el mandato como la promesa.
La ordenanza
«Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá» (Mateo 7:7, NVI).
Podemos ver el llamado a perseverar en la oración en este mandato imperativo. Esta tarea es una invitación activa; en otras palabras les está diciendo: «¡Sigan pidiendo, no dejen de insistir!». Prestemos atención también a la progresión de los verbos empleados. Comienza con el «pedir», obviamente este es el primer paso, pero continúa con el «buscar», aquí ya implica mayor seriedad, acción y dedicación. Después continúa con el «llamar», en el sentido de golpear una puerta; esto habla de pedir y actuar con perseverancia.
En la Biblia encontramos otras enseñanzas acerca de la importancia de perseverar. Por ejemplo, Jesús en el Getsemaní hizo una agonizante petición: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mateo 26:39, NVI). En Mateo 26:44 leemos que Jesús hizo esta petición, ¡tres veces! ¿A caso Jesús tenía falta de fe y por eso repitió las mismas palabras? ¡Por su puesto que no! Es verdad, él terminó descansando en la voluntad del Padre, pero entendió que a Dios le agrada que nosotros, con plena confianza, seamos persistentes con nuestras peticiones. Otra enseñanza acerca de esto la encontramos en la parábola de la viuda y el juez injusto, en Lucas 18:1-8, donde dice: «Jesús les contó a sus discípulos una parábola para mostrarles que debían orar siempre, sin desanimarse» (NVI).
La promesa
«Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre» (Mateo 7:8, NVI).
Esta promesa es un maravilloso incentivo para la oración persistente. El famoso teólogo reformador, Juan Calvino, dijo: «nada se adecua mejor para motivarnos a la oración que la plena convicción de que seremos escuchados». Es verdad que Dios puede otorgarnos dádivas sin siquiera pedirlas, pero en su soberanía, Dios determinó que fuera la oración el medio por excelencia por el cual él conceda las bendiciones a sus hijos. ¡Nuestra oración descansa en la promesa de que seremos escuchados!
Es importante mencionar que esta promesa no es una fórmula mágica, no es un «¡Ábrete Sésamo!», y en este sentido, no es una promesa incondicional. Debemos considerar el factor de la sabiduría de Dios; él sabe lo que es mejor para nosotros, y si él ha decidido mantener cerrada una puerta es porque, aunque no lo entendamos, sabe lo que es mejor para nosotros.
La ilustración
«¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!» (Mateo 7:9-11, NVI).
Jesús utiliza la ilustración de los padres terrenales, y lo hace para librarnos de las malas interpretaciones acerca de la actitud de Dios en torno a su relación con sus criaturas. Muchos ven quizás a un Dios tirano, uno que no tiene la voluntad y disposición de bendecir a sus hijos. Si nosotros, hombres pecadores, tenemos la capacidad de dar buenas dádivas, ¡con mayor razón, el Padre —cuya bondad es incomparable— otorgará bendiciones a sus redimidos que piden conforme a su voluntad.
Hay una petición que siempre será contestada, esta consiste en la mayor bendición de todas. ¡Pide por él mismo! Dios siempre está dispuesto a darte más de él. ¿Estás listo para orar con persistencia? ¡Pide, busca y llama!
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