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Dios conmigo, ¡Dios en mí!

¿Cuántas veces hemos pensado que la obra del Espíritu Santo se limita a traer convicción de pecado y a «ayudarnos» a creer? Esto es algo sobrenaturalmente asombroso y es parte de nuestra conversión, del milagro de un nuevo nacimiento. Pero, ¿qué tanto conocemos el ministerio de la tercer persona de la Trinidad en nuestro caminar con él? Me refiero a que hay mucha riqueza celestial cuando somos conscientes todo el tiempo de esta maravillosa realidad: ¡Dios mora en nosotros! «…el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni lo ve ni lo conoce, pero ustedes sí lo conocen porque mora con ustedes y estará en ustedes». (Juan 14:17 NBLA)

Ante esta verdad, ¿qué sucede cuando ignoramos los beneficios que tenemos gracias a la  presencia del Espíritu Santo en nuestra vida?

El peligro de la ignorancia

Recuerdo el primer seguro de gastos médicos mayores que me tocó contratar. Entre tanto papeleo que me entregaron, cometí el error de no leer toda la información proporcionada. Después de un año, alguien que también tenía el mismo seguro que yo me platicó lo provechoso que había sido gozar de los beneficios adicionales que te daba el servicio. ¡¿Beneficios?! Entro otras cosas, tenía acceso a servicio dental gratuito, y yo… ¡ni me había dado cuenta! Así sucede con el Espíritu Santo. Al tenerlo a él, tenemos acceso a bendiciones espirituales que no usamos, no porque no estén a nuestro alcance, sino porque desconocemos que las tenemos.

Veamos a continuación, algunos aspectos en los que el Espíritu Santo obra de manera profunda y continua en nuestra vida y que es importante tomar en cuenta.

El Espíritu Santo nos revela a Jesús

Jesús dijo: «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho» (Juan 14:26 NBLA). El Espíritu Santo es quien nos revela a Cristo. Piensa un momento en tu situación actual. ¿Qué tan provechoso puede ser para ti el conocer más a Jesús? Si somos cristianos, entonces estamos en una carrera, y ¿sabes cuál es la meta? La Biblia nos dice que la meta —la altura del varón perfecto— es Jesús. Cumplimos nuestro propósito de ser conformados a la imagen de Cristo gracias a la ayuda del Espíritu Santo, que nos capacita para responder como él en cualquier circunstancia de la vida.

El Espíritu Santo nos ayuda y consuela

«Pero Yo les digo la verdad: les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, se lo enviaré» (Juan 16:7 NBLA).

Todos, sin excepción, enfrentaremos circunstancias dolorosas y pruebas que nos hacen necesitar el consuelo y la ayuda del Espíritu Santo. Estas palabras de Jesús nos revelan que él no es ajeno a nuestro dolor, no es indiferente a nuestro sufrimiento. Él es un Dios cercano dispuesto a asistirnos en cualquier circunstancia por más trivial que parezca.

Dado que Él también mora en nuestros hermanos en Cristo, podemos también recibir consuelo a través de ellos. «el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción, dándoles el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (2 Corintios 1:4 NBLA).

Nos santifica y sostiene en el camino

«Estoy convencido precisamente de esto: que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús» (Filipenses 1:6 NBLA).

No hay nada más frustrante y peligroso que tratar de llegar a la meta en la vida cristiana por nuestros propios méritos. El apóstol Pablo dedicó una carta entera para exhortar a los Gálatas y advertirles las consecuencias de tratar de ganar la salvación mediante el cumplimiento de la ley. La transformación del carácter viene a través de la obra continua del Espíritu Santo en el creyente, sencillamente porque es imposible para nosotros lograrlo por méritos propios. ¡Basta hacer memoria de todos nuestros intentos fallidos! Somos transgresores de la ley, pero la buena noticia es que mediante Cristo, su sacrificio y resurrección, hemos recibido la justificación y el don del Espíritu Santo. Él nos toma de la mano, nos ayuda a perseverar y nos transforma conforme a la imagen de Jesús.

«Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Romanos 8:3-4 NBLA).

Recuerda que no hay nada más glorioso y edificante que entender que el Espíritu Santo mora dentro de nosotros, y él se manifiesta de una manera activa y continua para que podamos vivir nuestra vida al máximo para la gloria de Dios.

«Mi oración es que los ojos de su corazón les sean iluminados, para que sepan cuál es la esperanza de Su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de Su poder. Ese poder obró en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos» (Efesios 1:18-20 NBLA).

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