Este es un mensaje para los hijos de Dios. No sé en que época te encuentres leyendo estas palabras, lo que sí se es que, a menos de que Cristo ya haya regresado, el mundo estará inmerso en incertidumbre. En el presente estamos viviendo una pandemia —COVID-19 o mejor conocido como «coronavirus»— que seguro pasará a los libros de historia. El mundo entero se encuentra paralizado, angustiado, en nerviosismo, y todo porque no sabemos lo que pasará mañana. ¿Qué va a pasar con la economía? ¿Cuánto faltará para que encuentren una vacuna? ¿Cuándo acabará todo este caos? La falta de respuestas ha secuestrado la paz de prácticamente todas las naciones.
Hoy es este el problema, mañana será otro, y pasado otro diferente. La esperanza no se encuentra en la ausencia de conflictos, la esperanza se encuentra en Jesús y en quienes son llamados a darlo a conocer.
Aquellos que le pertenecemos a Dios, sin importar la época, tenemos una misión muy especial: ser embajadores de paz. Jesús lo enseñó en el sermón del monte: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9, NVI). Todas las «bienaventuranzas» hablan del carácter de aquellos que han sido redimidos por la sangre de Cristo, y uno de los rasgos más evidentes es este; el ser pacificadores.
¿Qué es ser pacificador?
En un sentido pasivo, ser pacificador consiste en ser pacífico, dócil, una persona que «no pierde los estribos» fácilmente. Sin embargo, su connotación principal se encuentra en su sentido activo. Es aquel que no conforme con su bienestar, optará por el camino incómodo y trabajará incansablemente por llevar la paz a los corazones angustiados.
La paz de la reconciliación
Es preciso entender que el conflicto más importante de todo ser humano es su enemistad con Dios a causa del pecado. El origen de la falta de paz se encuentra en la caída en el Edén, cuando Adán y Eva pecaron. No solo fuimos herederos de esta derrota, también, como consecuencia del pecado, ahora merecemos la muerte eterna. La buena noticia es que Dios envió a su Hijo Jesús a vivir una vida perfecta y sin pecado para calificar como el sacrificio que sería ofrecido en nuestro lugar, «y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas… haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz» (Colosenses 1:20, NVI).
Cuando llevamos el mensaje de Cristo a la gente que no le conoce, nos convertimos en embajadores de paz. ¡Los llevamos a reconciliarse con Dios! En Hechos 10:36 se le llama al mensaje de Jesús «el evangelio de la paz». ¿Sabes por qué es así? Recuerda que al principio comenté que la falta de paz proviene de la incertidumbre. ¡La buena noticia es que en Cristo no hay incertidumbre! Sin importar lo que pase en este mundo, a pesar de que vengan calamidades o adversidades, tenemos la certeza que nos ha dado vida eterna a todos los que depositamos en él nuestra confianza. «¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!» (Romanos 10:15, RVR-1960).
La paz de la armonía
El embajador de paz es aquel que predica el evangelio de Cristo, pero también es aquel que se esfuerza por llevar armonía a todo lugar. El pacificador es aquel que trae unidad cuando el egoísmo se ha encargado de destruir amistades, es aquel que cede por amor a su pareja y matrimonio, es aquel que brinda una blanda respuesta que calma el furor. Su arma secreta es el amor.
No sabemos qué es lo que el futuro depare al mundo. Lo que sí sabemos es que Dios es bueno, fiel, suficiente, poderoso y prometió estar con nosotros hasta el final.
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