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La profesión más noble del mundo

En 1855 un niño de ocho años regresaba de su escuela con una nota escrita por su maestro con la estricta condición de que solo su madre la leyera. La mujer tomó la nota y vio lo que decía, decidió leerla en voz alta delante de su niño: «Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarle, por favor enséñele usted». 

Esta madre aceptó el reto y educó a su hijo ella misma. Él se convirtió en uno de los inventores más reconocidos del siglo XX, llegando a patentar más de dos mil creaciones. Nancy Matthews Elliott era el nombre de la madre, Thomas Alva Edison era su hijo.

En 1871 Nancy murió y Thomas decidió organizar su antigua casa. Repentinamente vio un papel doblado: era la nota que su maestro había escrito hacía 16 años. La abrió pero se sorprendió al saber lo que realmente decía: «Su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitirle que venga más a la escuela». Edison lloró por horas y escribió en su diario: «Thomas Alva Edison fue un niño mentalmente enfermo, pero por una madre heroica convertirse en el genio del siglo».

Como el amor de Dios

Muchos pensarían que Nancy le mintió a su hijo, pero lo que en realidad hizo fue creer en él. Así son las madres, las primeras y grandes fans de sus hijos, dispuestas a creer hasta el final para que ellos logren sus sueños. 

Su naturaleza se asemeja a la del Creador. En Génesis 1:27 podemos ver que Dios creó a los seres humanos a su imagen y semejanza, es decir, con la capacidad de reflejar las cualidades divinas. La principal de ellas es el amor y no cualquier amor, uno que da sin esperar nada a cambio, que cree aunque no haya esperanzas, muy parecido al perfecto amor de Dios: 

«El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», 1 Corintios 13:4-7 (NVI). 

Sacrificios con resultado

El amor de una madre es el combustible que logra imposibles; detrás de un hijo exitoso se esconde el amor de una mamá. Si estamos en peligro son capaces de arriesgar su propia vida para salvarnos; si necesitamos algo, se sacrifican para dárnoslo; si somos atacados, ellas nos defienden; si nos lastiman, ellas nos consuelan. Isaías 66:13 dice: «Como uno a quien consuela su madre, así os consolaré yo; en Jerusalén seréis consolados».

Somos el resultado del sacrificio de una mujer que murió a sus sueños para que nosotros podamos cumplir los nuestros. ¡Cómo no darle gracias a ella que se aguantó todas nuestras fiebres y resfriados, aquella que sufrió nuestra adolescencia y entendió los cambios que la pubertad nos trajo, aquella que en muchas ocasiones nos sacó de una que otra deuda y que sin importar cómo nos comportáramos siempre nos amó!

Quizás no nos expulsaron del colegio y nuestra madre no tuvo que educarnos como Nancy educó a Thomas, pero otra hubiese sido la historia de este niño genio si su madre no se hubiera propuesto creer en él. Lo mismo hubiera ocurrido con nosotros. 

Feliz día a todas las mamás que representan a la perfección el ejemplo de Jesús al morir a sí mismas para darle vida a otros. Ustedes tienen la profesión más noble y altruista del mundo: ser madres.

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