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Hijo de pastro

No soy hijo de pastor

No soy hijo de pastor

La serie The Crown, que se encuentra en Netflix, ha sido una de mis favoritas. Me gustó porque vi cómo se prepara un reina para gobernar porque ha recibido un legado. Sin embargo, también me hace preguntarte si realmente estoy viviendo la paternidad de Dios. 

En los tiempos de Jesús, los hijos heredaban el oficio de sus padres, José era carpintero, por eso su hijo Jesús, también lo era. La Biblia dice que Santiago y Juan, eran pescadores como Zebedeo, su papá. 

No soy hijo de pastor y durante mucho tiempo creí que la predicación y trabajar para reconciliar a las personas con Dios era una responsabilidad exclusiva de aquellos que por linaje (terrenal) están destinados a heredar esa responsabilidad. Pensaba que al querer predicar, hablar de Dios, orar por las personas, sin proponérmelo estaba ocupando un lugar que no me correspondía y tomando una responsabilidad que no era mía. 

Pero Dios cambió mi manera de pensar: «Ahora lo llamamos “Abba, Padre”. Pues su Espíritu se une a nuestro espíritu para confirmar que somos hijos de Dios. Así que como somos sus hijos, también somos sus herederos. De hecho, somos herederos junto con Cristo de la gloria de Dios; pero si vamos a participar de su gloria, también debemos participar de su sufrimiento», Romanos 8:15-17 (NTV). 

No vivimos en los tiempos de Jesús, y los hijos ya no adoptan el oficio de sus padres, pero sí heredan el estatus, reconocimiento o influencia que éstos tienen. Lo que hace atractivos a los hijos de artistas, empresarios o incluso pastores es lo que sus padres representan, un legado que, quieran o no, automáticamente se traslada a sus hijos. Entonces decidí que, así mismo, deseo que ocurra con Dios y la paternidad que me entregó. 

El problema es que lo decimos cuando cantamos en la alabanza de la iglesia, él nos lo recuerda en su Palabra, y hasta lo repetimos en nuestras oraciones: «Padre», pero, ¿hemos recibido realmente la paternidad de Dios?, ¿somos capaces de decir que vivimos en ella?

Vivir la paternidad de Dios es entender que nuestra identidad está inevitablemente ligada a quien él es y nuestro llamado a su visión. Así como los hijos de grandes empresarios se preparan para manejar los asuntos de sus padres y algunos hijos de pastores se preparan para continuar con el legado que sus papás han construido con esfuerzo y lágrimas, yo me preparo cada día para continuar la obra que Jesús empezó, reconciliar a las personas con el Padre. 

Soy hijo de Dios, pero si quiero vivir su paternidad tengo que actuar de acuerdo a eso todos los días, y reconocer lo que Él dice de mí: «Pero tú eres linaje escogido, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclames las obras maravillosas de aquel que te llamó de las tinieblas a la luz admirable», 1 Pedro 2:9 (Modificado por el autor). 

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