Hace poco me tocó ver en la televisión una entrevista a un famoso director de cine. En una de las preguntas que le hacían, tuvo que explicar cómo se realizaron los efectos especiales de su más reciente película. Mientras contaba acerca de esto, hablaba sobre lo sorprendido que estaba de que el encargado de efectos especiales hubiera decidido trabajar con él, ya que era una persona muy importante en este campo de trabajo. Este director de cine, a pesar de ser muy famoso y aclamado, no se sentía lo suficientemente bueno para trabajar con aquel hombre de efectos especiales.
La historia de este director de cine, quien a pesar de estar en el pináculo de su carrera no se sentía bueno en lo que hacía, me recordó un artículo que me tocó leer recientemente acerca de algo llamado «síndrome de impostor». Este es un término que psicólogos modernos han acuñado para el sentimiento que tienen muchas personas de que no merecen el éxito que han alcanzado y por lo tanto se sienten un fraude en su área de trabajo.
A través de una pantalla
Es algo muy común en nuestra generación, tanto así que le han puesto nombre; el sentirnos siempre inferiores e insuficientes, buscando siempre la aprobación de quienes nos rodean, comparándonos y condenando nuestras imperfecciones. Esto se agudiza aún más teniendo a nuestro alrededor las redes sociales, porque vemos la vida de los otros sólo en parte —a través de una pantalla— y creemos que en comparación con nuestra propia vida, la de los otros es mucho mejor.
Teológicamente, muchos cristianos parecemos tener la respuesta a todo este problema, sin embargo, no parece funcionar. Sigue siendo más atractivo aquello que sabemos lleva a la muerte. Seguimos haciendo lo que no nos conviene, lo que ni siquiera puede satisfacernos y nos olvidamos de lo eterno. Somos la generación de la gratificación instantánea… pero la perdición es eterna.
Nada que temer
Sólo hay una respuesta y no podemos obtenerla con nuestros propios méritos. No hay esfuerzo que podamos hacer que nos gane el cielo, pues ya ha sido ganado para nosotros. Hasta que no lo entendamos, no encontraremos paz ni satisfacción. Si vemos lo que está frente a nosotros o ponemos nuestra confianza en nuestros propios talentos y habilidades, efectivamente, como este director de cine, tendremos mucho que temer, pues nunca seremos suficiente. Pero si ponemos nuestra confianza en aquel en quien hemos creído, no seremos defraudados, pues en él no hay cambio ni sombra de variación, es fiel y es el mismo ayer, hoy y por siempre.
«Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:16-18).
Comentarios en Facebook