Gloriosa Humildad
Hay muchas cualidades admirables en Jesús de las que podemos aprender; una de las más asombrosas es su humildad. Siendo Dios y teniéndolo todo, no lo estimó como algo a qué aferrarse, sino que decidió tomar forma de siervo y vivir entre nosotros, como dice Filipenses 2.
Un rey sobre un burro
Una de las escenas bíblicas que más me llevan a pensar en la humildad y mansedumbre de Jesús es la entrada triunfal en Jerusalén. Este debía ser el momento más glorioso, entrar a Jerusalén para ser reconocido como el salvador de Israel, listo para cumplir los propósitos del Padre celestial. Pero, para este momento especial y glorioso, Jesús elige entrar a la ciudad sobre un pollino, es decir, un burro pequeño. Para este momento, el cual conocemos como «triunfal», su momento de victoria, no sólo pidió entrar sobre un animal de carga, sino que sobre uno pequeño.
La gente lo vio en su humildad y no lo rechazó como rey. Vieron más allá del pollino y reconocieron al rey glorioso que en éste iba, tendiendo sus mantos y ramas en el camino por el que Jesús iba a pasar. Gritaban: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» (Mateo 21:9). A pesar de la humildad de Jesús, ellos en ese momento tuvieron la suficiente revelación para reconocerlo como su legítimo rey. Cuando entraron a la ciudad entre tal adoración, incluso la gente preguntaba: «¿Quién es éste?». Y ellos respondían: «Este es Jesús» (Mateo 21:10-11). En este momento Jesús volvió a recalcar su humildad una vez más, así como lo había hecho al venir a la tierra, al nacer en un pesebre, al trabajar con su padre terrenal, y en muchos otros momentos de su vida. Sin embargo, en este momento de menguar fue exaltado por el pueblo, quien reconoció que él era el salvador, el hijo de Dios, y lo adoró.
El privilegio de reconocerle
Cada vez que pedimos a Jesús más de él, cuando en intimidad le pedimos su presencia y él nos escucha, y lo sabemos cerca, es como si una vez más se subiera a ese pollino, humillándose para estar en nuestra habitación. Así, el Rey de reyes y Señor de señores escucha la petición de quien no era digno ni merecedor, me voltea a ver y pasa tiempo conmigo.
Soy privilegiado de tener un rey manso y humilde, que fue llevado como oveja al matadero, sin quejarse, sin resistirse, todo para poder estar conmigo. Un rey quien desde un pollino fue aclamado. Sólo le pido la suficiente revelación para poder reconocerlo cuando entre a mi habitación, y poder humillarme aún más, tendiendo mi manto para que él pase por donde estoy. Que pueda reconocer su realeza y alabarla a pesar de que esté justo ahí delante de mí. Proclamar una y otra vez frente a él: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!».
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