No somos un producto en serie
Hay un video sobre Thomas Alva Edison, el inventor de la lámpara de filamento incandescente, que en español no científico significa «una bombilla» y de otras mil creaciones relacionadas con la óptica, la acústica y la electricidad. En él se ve a Edison, con unos seis o siete años, entregándole a su mamá una carta que le envían de su escuela.
Después de leer la carta, Nancy Elliot le cuenta que no regresará al colegio porque es tan inteligente que ya no saben qué más enseñarle, así que ella se hará cargo de su educación. Años después, siendo ya un inventor reconocido, Edison encuentra la carta y se entera de que en realidad había sido expulsado por ser un mal estudiante.
Aunque el cortometraje no es del todo real, sí es cierto que al inventor no lo recibieron más en su escuela y se sabe que uno de sus profesores dijo que le faltaba interés y le sobraba torpeza. Afortunadamente, Edison contó con el apoyo de Nancy, quien no se quedó con ese comentario negativo sobre su hijo, sino que se dedicó a enseñarle las bases que le permitieron dejar una huella en la historia.
¿Somos inteligentes?
Pero, ¿qué o quién determina si somos inteligentes, si tenemos capacidades o si somos buenos o malos para algo? En este mundo lo hacen las calificaciones que nos asignan los profesores, los ascensos laborales, los títulos universitarios o la cantidad de publicaciones logramos.
En su libro «Diferente», el predicador argentino Lucas Leys, explica que nuestra sociedad es como una fábrica que borra la esencia de cada persona: nos educa para que aprendamos determinadas instrucciones que nos convierten en «buenos» trabajadores para generar herramientas, productos y servicios a cambio de un sueldo, con el que luego compraremos lo que ayudamos a producir. Ese es el círculo vicioso en el que han caído nuestros antepasados y en el que caeremos nosotros si no hacemos algo al respecto.
Nos cuesta creer que Dios tenga en el cielo tres moldes para crear a millones de personas: las inteligentes o capaces, las que pasarán desapercibidas y, finalmente, las perdedoras. Más bien creemos que él se ha tomado su tiempo para hacer a cada persona, para darle unos gustos y rasgos de personalidad, así como unos dones y capacidades específicos. De hecho, la Biblia dice: «Dios mío, tú fuiste quien me formó en el vientre de mi madre. Tu fuiste quien formó cada parte de mi cuerpo», Salmos 139:13 (TLA).
La educación contribuye a que nuestros dones se expandan hasta terrenos no imaginados. Sin embargo, Jesús dijo que estamos en este mundo, pero que no pertenecemos a él. Eso quiere decir que podemos participar en el sistema de las categorías, las calificaciones, sin que nuestra esencia se pierda.
Dios puso algo especial en ti.
Lo que queremos es recordarte que Dios puso algo especial en ti, te dio unas capacidades específicas para que lleves a cabo su sueño. Inclusive, si nadie a tu alrededor cumpliera el papel de Nancy Elliot, es tu deber ser diferente, disfrutar de lo que haces y lo que eres por el simple hecho de haber sido creado por Dios.
Bien lo dijo el rey David en un salmo: «Soy una creación maravillosa, y por eso te doy gracias. Todo lo que haces es maravilloso, ¡de eso estoy bien seguro», Salmo 139:14 (TLA), y Dios lo definió, por este y otros motivos, como un hombre conforme a su corazón, porque al reconocer nuestros talentos y capacidades lo que hacemos es adorar y alabar a Dios como nuestro Creador. Nunca es tarde para recuperar nuestra esencia, parecernos más a nuestro diseñador y menos a la fábrica.
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